LA HABANA, Cuba.- El régimen cubano no pone una ni para servirse a sí mismo. Cada medida anunciada revuelve el malestar de un pueblo cuyo aguante es legendario, pero que ya está a punto de ver colmado el vaso y, esta vez, las gotas no tienen para dónde correr, porque Trump sigue ahí. Lleva solo cinco meses en el Despacho Oval y lo único que ha hecho para alborotar el hormiguero es, precisamente, no tocarlo. 28636s
Si Mike Hammer quiere llamar a la puerta de los excluidos –que son el 90 % de los cubanos–, que lo haga, alguien tiene que hacerlo. Sus visitas tienen a los voceros del oficialismo lanzando advertencias, vomitando bilis en las redes y hasta contradiciéndose entre ellos. Desde España, Gabriela Fernández negó que en Cuba haya presos políticos. Al día siguiente el diario Granma itió, sin querer, que sí los hay. Alguien de su mediocre plantilla debe haberse llevado, como mínimo, un buen regaño. Gabriela, que va a por más, se ha ganado el repudio de la mayoría de los cubanos, menudo récord para una chica de 24 años en pleno declive de la izquierda que dice defender.
Los funcionarios del Ministerio de Energía y Minas y de la Unión Eléctrica deberían delegar cuanto tengan que decir a los que redactan sus notas de agravamiento y desesperanza. No necesitan comparecer en televisión para anunciar lo que desde hace rato está sucediendo. Se les ha ido tanto la mano que incluso quienes parecían tener la lengua en retroversión, hablan pestes en las redes, aclarándoles que mientras ellos racionan megawatts, los residentes en provincias no tienen vida.
La Habana empieza a sentir el rigor. El quita y pon de la corriente tiene a la gente con la comida pudriéndose, los nervios destrozados y los electrodomésticos achicharrados. Para reponer alimentos y equipos hay que tener dólares o mucha moneda nacional. Los nervios no tienen arreglo. El ministerio del apagón ha provocado un problema mayor, porque la inestabilidad eléctrica afectó el sistema de bombeo de agua potable y media Habana se verá afectada por unos cuantos días, con este calor que también es pagado por la CIA y ha marcado nada menos que 38 grados Celsius. Apenas comienza junio.
En medio del bulevar de Camagüey un tipo cosió a puñaladas a una oficial de policía. Fue un ataque con ensañamiento y a plena luz del día. Solo una señora tuvo coraje para caerle a sombrillazos al agresor. El resto corrió despavorido, contando varios machitos cubanos. Algo así no se había visto jamás. Fue un hecho brutal que ya es calificado como feminicidio por las plataformas feministas, y homicidio premeditado por las autoridades, que, además, han dejado claro que el sujeto es lo peor, con antecedentes penales, etcétera.
Con el panorama al rojo vivo, el monopolio de ETECSA ha aplicado un tarifazo que también exige tener dólares o una loma de moneda nacional. Se queja el pueblo raso, que está harto y loco de sufrir tantas privaciones. Pero también se quejan algunas clarias –otras apoyan y justifican la medida, como se ha orientado–, varios artistas bien conocidos por aplaudir como focas todas las decisiones del gobierno, y hasta los representantes de la FEU de cinco facultades de la Universidad de La Habana. Es una puesta en escena igual de chapucera que otras anteriores, pero sin importar cuántas mesas redondas explicativas se realicen en los próximos días, o los misérrimos ajustes que hagan en consideración a los bolsillos de los nueve millones de indigentes que quedamos aquí dentro, la verdad única es que ETECSA está en la quiebra y su directora itió públicamente que solo las divisas pueden salvarla.
El balón está en cancha de la diáspora, que desde la pandemia se ha visto forzada a incrementar la “inversión Cuba”, gastando millones de dólares en medicamentos importados para evitar que su gente se muera, y en la compra de combos online al mismo régimen que volvió la isla estéril y dependiente. Ese régimen dejó el país a oscuras y obligó a los emigrados a comprar plantas eléctricas en dólares. Luego decidió venderles en dólares el combustible para poder operar la planta y que sus parientes lograran comunicarse y vivir como personas durante unas horas cada día. Ahora también les ponen en dólares la comunicación para cerrar el ciclo de proxenetismo de Estado, que es la verdadera estrategia de quienes dirigen este país.
Son, entonces, los emigrados quienes deciden si el partido comunista los sigue chuleando; si van a continuar financiando, a costa de sus proyectos de vida a medio realizar por estar pendientes del calvario de sus familiares aquí, los viajes de la plana mayor y sus esposas, los negocios mal habidos de sus vástagos, las giras propagandísticas de seres deplorables como Gabriela Fernández y, sobre todo, la represión. Cada emigrado debe saber que sus dólares también compran las porras que caen sobre las espaldas de sus compatriotas y ayudan – casi tanto como nuestro silencio y nuestra cobardía– a llenar las cárceles de presos políticos.
Al exilio cubano, que es uno solo y eminentemente político –diga lo que diga la caterva- corresponde determinar cómo sigue esto. Nosotros no tenemos nada que perder. El miedo ha propiciado que se nos haga tarde para el estallido social, para un profundo examen de conciencia y hasta para ejercitar la memoria que nos salva. No obstante, estamos en el momento perfecto para protagonizar un acto masivo de vergüenza nacional, sin alzar la voz o salir de casa. Bastará con pedirles a nuestros seres queridos que no manden ni una recarga más.