Cosas de Cuba
Néstor Baguer, APIC
LA HABANA, abril - Conocí un par de jueces que, además de ser amantes de las leyes, gustaban de entretener a los curiosos que asistían a los juzgados sólo para conocer las sentencias que se dictaban. El más conocido de estos jueces era el doctor Armisén.
Una vez presentaron ante él a un bodeguero gallego acusado de vender fraudulentamente. La balanza con que pesaba las mercancías estaba arreglada de forma tal, que le permitía robar a sus clientes unas cuantas onzas de arroz, frijoles, azúcar y otros productos.
Armisén condenó al gallego a pagar una multa de cincuenta pesos por la reiterada estafa a los clientes de su negocio.
Al escuchar la sentencia, el bodeguero metió la mano en el bolsillo, y con gran aspaviento depositó sobre la mesa del juez el dinero exigido por la ley, al mismo tiempo que dejaba caer un manotazo sobre la misma.
Armisén no se inmutó, al tiempo que expresaba:
- Ahora saque 30 días de prisión del otro bolsillo.
De esa ingeniosa manera hizo pagar al bodeguero su insolencia.
Otro día le presentaron el caso de un joven homosexual acusado de actos inmorales en la vía pública. Armisén preguntó las generales del susodicho, quien llevaba un perrito en los brazos.
- Me llamo Florindo Flor y vivo en Tulipán entre Clavel y La Rosa -respondió el reo.
El juez quedó pensativo, sin saber si Florindo se estaba burlando de su autoridad, o si efectivamente le había recitado correctamente sus datos personales. Armisén lo miró fijamente durante un minuto. Le preguntó:
- ¿Y el perrito? ¿Cómo se llama el perrito?
- ¡Jazmín! -respondió Florindo, emocionado.
El juez no esperó más, y sentenció:
- 30 días de prisión por ese bouquet.
Luego se supo que el joven en ningún momento, había querido burlarse del juez, porque los datos que había dado eran ciertos. Pero ya era tarde, ya que con las decisiones de los jueces de instrucción, al menos en aquel entonces, no había apelaciones que
valieran un céntimo.
Otro juez ocurrente lo fue el doctor Ávila, al que presentaron, en cierta ocasión, el caso de una riña en una barbería. El primer testigo, que tenía fama de poeta de barrio, se paró frente a él y declamó:
- Estaba José María, sentado en la barbería, y vino José Ramón y le metió un bofetón.
Ávila no se inmutó y contestó al supuesto poeta:
- Absuelto José María; absuelto José Ramón, y a usted, por su poesía, ¡treinta días de prisión!
Dando por terminado el juicio.
También se recuerda el caso de un juez del pueblo de Manguito, en la provincia de Matanzas, ante el cual comparecieron dos vecinas involucradas en una riña. Al preguntar el juez a una de ellas el porqué de la pelea, ésta contestó que la otra había
echado un agua extraña en su puerta. A lo que ripostó la interpelada que sí, que era cierto lo del agua, pero que lo había hecho para que la vecina no le quitara al marido.
El juez preguntó entonces qué persona le había dicho que esa agua tenía semejantes propiedades, contestando la acusada:
- Fue el vecino de al lado, que es santero.
El juez indagó sobre el mencionado santero y ordenó a la policía que lo llevara al juzgado. Compareció el santero y el juez le preguntó si había sido él quien había preparado el agua a la acusada. A lo que el individuo respondió:
- Lo hice para ayudarla, señor juez, porque ella es ahijada mía.
La sentencia fue salomónica. Las dos mujeres absueltas y el santero condenado a dos meses de prisión correccional.
Nada, eran otros tiempos y otros los jueces.
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