El patio de mi casa
Manuel Vázquez Portal, Grupo de trabajo Decoro
LA HABANA, julio - Alamar es feo. Alamar es aburrido. Alamar es monótono. Por mucho que se camine da la impresión de estar siempre en mismo sitio. Sus edificios, todos del mismo modelo, dan al paisaje un aire de semejanza que produce mareo. Los ingenieros y arquitectos que los
concibieron estaban peleados con el buen gusto.
Edificios chatos, rectangulares, recuerdan esos palomares de rústica construcción que en la adolescencia fabricábamos para criar palomas caseras. Sus espacios interiores se encuentran tan mal distribuidos que nunca sabe uno cómo y dónde colocar los muebles. En
el afán de aprovechar las áreas, las construyeron tan diminutas que, en vez de entrar en ellas, uno tiene la sensación de que se está poniendo una faja.
Sin embargo, un fenómeno muy a tono con los tiempos que vivimos ha venido a dotar de cierto dinamismo la arquitectura alamarense.
Resulta que, allá por el año 1990, debido a la escasez de víveres que trajo el período especial, se autorizó a los vecinos, haciendo caso omiso del decreto ley 27 sobre el ornato público, a que en los jardines y patios se levantaran pequeñas
parcelas para sembrar allí viandas y hortalizas que ayudan a paliar el hambre. Donde había rosas y marpacíficos, surgieron raquíticas coles, desteñidas lechugas, tomaticos patisecos. Los céspedes destruidos dieron paso a canteros de ají cachucha, plátanos
desflecados, papayos infértiles. Nadie comió de aquello, pero nos quedamos sin una florecita que adornara nuestro entorno.
Pasó el tiempo y como ninguna otra disposición vino a enmendar los desafueros, los vecinos se auto otorgaron la propiedad de los espacios. Aparecieron cercas de cuanto material desechado se encontrara en los basureros, se construyeron galpones de zinc oxidados, cobertizos con
pedazos de tejas de fibrocemento, tenderetes con polietileno, y allí, bajo la sombra de tales cobijos comenzaron a aparecer chiqueros para cerdos, corrales para gallinas y patos, jaulas para conejos, cuevas para ratas, galerías para cucarachas.
Por otra parte se inició la construcción de garajes emergentes para conservar del salitre costero automóviles de la más variada edad y procedencia. Surgieron contenedores venidos de sabe Dios dónde, tubos y cabillas de procedencia oscura, cemento y ladrillos de
origen desconocido, y un mundo de casetas se unió a la corralera colindante a los edificios.
Hoy, desde cualquier ángulo de un quinto piso puede disfrutarse de ese exquisito panorama del nuevo "Llega y Pon" que decora con la displicente perfección que impone la pobreza, los alrededores de casi todos los edificios de uno de los barrios más populosos de la
capital cubana.
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