De Zumbado a Aquelarre
Manuel David Orrio, I
LA HABANA, julio - La reciente conclusión del Festival Nacional del Humor Aquelarre 2000, celebrado con su ya acostumbrado éxito de público, tuvo la virtud de rendir homenaje al gran adelantado del humor que hoy se hace -o se permite a regañadientes- en la Cuba del
picadillo de soya.
Por primera vez, a todo boato, se concedió en esta edición de Aquelarre el Premio Nacional del Humor, otorgado en justicia histórica al pionero del estilo humorístico actual: Héctor Zumbado. Avejentado, delgadito, aún en el rostro las huellas del olvido,
afirmó que, para él, todo verdadero humorismo debe hacerse desde la más elevada cultura.
Un cuarto de siglo atrás, Cuba esperaba a Zumbado. Sus crónicas humorísticas eran publicadas en los dominicales del diario Juventud Rebelde. Clásicas fueron "El guaguabol" -visión profética del hoy desastroso transporte público habanero-
y "El aporte del convoy", burla de una práctica comercial de entonces, por la cual se obligaba a los consumidores a adquirir tal o más cual mercancía de insoslayable necesidad y déficit comprobado, acompañada de otra que por su mala calidad no hallaba
comprador. "Comprar convoyado", llamábase a esa coacción, por la que una señora de axilas enfurecidas debía llevar, junto al desodorante salvador, un par de calzoncillos de hombre de los llamados "mata-pasiones".
Nadie sabe cómo y por qué, las crónicas de Zumbado desaparecieron de las páginas de los periódicos en su momento de mayor popularidad, y el mismo escritor se sumergió en el olvido. Un par de antologías le fueron publicadas... y nada más.
Durante años, el nombre de Zumbado no se pronunció. Aunque alguno que otro haya atribuido a "El guaguabol" la destitución de un ministro de Transportes, no parece razón suficiente para explicar el ostracismo del escritor.
No en todas las ocasiones, al decir de la canción cubana, "ausencia quiere decir olvido". La fértil semilla sembrada por Héctor Zumbado germinó. Sus gentes, venidos de lo mejor del teatro bufo de la Isla, presentaron cartas al filo de los noventa, cuando una
Cuba sumergida en los abismos del llamado periodo especial necesitó el aire fresco de un chiste para remontarse hasta su identidad profunda. Nadie sabe cómo, nadie sabe de dónde, cientos de discípulos en todo el país comenzaron a hacer un humor crecientemente
contestatario, en nación donde hasta exhibir una caricatura artística del Jefe de Estado está prohibido.
Escribió Chinguiz Aitmatov que la salud social de una nación se mide por su capacidad de autosátira, cita como para deducir que el actual florecer del humor en esta Cuba del picadillo de soya indica la efectiva emersión de una sociedad civil que puja por desatar sus
amarras y crear una sociedad política a su medida. Desde luego, la censura oficial hace de las suyas, sea por la prohibición de los temas o por la exclusión de éstos de los medios de difusión masiva. Intocables, algunos puntos y tipos de la vida social, lo cual
trae como consecuencia que la reiteración de ciertos estereotipos humorísticos jueguen papel de símbolos en la comunicación entre humoristas y público. La burla a la ineficiencia y falta de profesionalidad de la policía criminal puede interpretarse como
recurso para aludir a la represión de la Seguridad del Estado -aunque ya se la ha satirizado en los teatros- o el que la ineficacia de los delegados a las asambleas municipales del Poder Popular sea tema constante, puede ser un medio para insinuar que el problema, el verdadero, está en
los diputados a la Asamblea Nacional. Sin dudas, la pregunta de cómo traspasar ciertos límites, entre los humoristas cubanos de hoy, está en pie.
Sin embargo, no todo lo mejor de las enseñanzas de Zumbado está presente en el humor de la Cuba de hoy. No por gusto aprovechó la oportunidad de su merecido premio para llamar a los discípulos al ejercicio de una sátira culta, por cierto ejercida por algunos
exponentes del periodismo independiente, como Héctor Peraza, Manuel Vázquez Portal y quien escribe. Los humoristas del 2000 pecan -la mayoría- de un localismo no balanceado con creaciones que reflejen valores más universales y posean códigos de comunicación
asequibles para cualquier público del orbe. Raro, muy raro, un número como C. C. Canillitas, un homenaje a Chaplin que llama a la paz entre los hombres, y mucho más frecuentes la burla despiadada al negro, al discapacitado y al homosexual. Y aunque ría a carcajadas un público
de negros, discapacitados y homosexuales, como ocurre, cual prueba al canto del valor de la capacidad de autosátira apuntada por Aitmatov, la señal de alerta debe darse.
De Zumbado a Aquelarre han pasado más de veinte años. Pero el humor permanece. Tal vez, ahí, estuvo el origen de un premio que no quedó más remedio que otorgar.
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