En pie de guerra
Iván García, Cuba Press
LA HABANA, marzo - A Reinaldo Horta, 37, un oriental de tez curtida y pelo indiado, poco le interesa el despliegue aparatoso de la prensa gubernamental cubana. Horta vive en una destartalada covacha en la carretera que conduce al nuevo aeropuerto capitalino. Su tiempo lo ocupa en trabajar diez
horas en una panadería a cuatro kilómetros de su hogar.
Luego de tener que laborar toda la madrugada y caminar el trayecto a pie, llega molido a su casa. Y lo menos que desea es oír la prensa, ver la TV o leer el periódico para seguir la atosigante campaña en favor del regreso de Elián González, el balserito de 6 años
convertido en una pelota de béisbol, a conveniencia tirada de un lado para otro en el Estrecho de la Florida.
A Horta no le importa el largo litigio jurídico que rodea el caso. Su atención se concentra en alimentar a sus tres hijos y su esposa. Para ello sustrae pan, harina, aceite, azúcar, sal, "lo que sea, con tal de que mis chamacos no pasen hambre". Hace diez años
que él vive en La Habana y lleva ese mismo tiempo siendo un peón del tablero político nacional.
Para guardar las apariencias, tuvo que asistir a una "tribuna abierta" frente a la Sección de Intereses de los E.U. Estoicamente aguantó, parado, encendidos discursos de personalidades oficiales. Mientras hablaba de béisbol con un colega de trabajo y a escondidas
se daban buches de ron de ínfima calidad, de pasada escuchó el apellido Imperatori. No le prestó atención. Desconocía que era el nuevo personaje de moda en la isla.
No fue hasta la noche del sábado cuando supo más detalles del asunto Imperatori. Se encontraba viendo la película norteamericana "Presa perfecta" cuando abruptamente la interrumpieron para dar la noticia de que el vicecónsul cubano en Washington iniciaba una
huelga de hambre. "¿Y quién carajo es este tipo y qué tiene que ver con Elián?", se cuestionaba Horta, un analfabeto en política, que no entiende ni jota la historia del espionaje en la que está envuelto Imperatori.
Horta es un soldado más en esta guerra de palabras contra E.U. Pero él no sabe a quién ni por qué van dirigidas las balas. Eso lo entiende mejor Rubén Machado, 53, funcionario estatal. Rubén no es soldado ni tampoco es jefe. Pero fue oficial de la
Seguridad del Estado y ahora es un hombre de negocios que recorre medio mundo, viste ropa de marcas, usa gafas Ray Ban y huele a Calvin Klein, su perfume preferido, que por 65 dólares compra cada vez que hace escala en el aeropuerto de Barajas, Madrid.
Machado vive en el corazón del Vedado, no muy lejos del domicilio de la familia Imperatori. "Puede que él no haya estado espiando en los E.U., pero por el barrio todos lo conocían como un oficial de la inteligencia cubana, con largos años de servicio en el
exterior", dice Machado, quien ya no cree en el gobierno que representa, pero gracias a él vive muy bien. Y es un gran simulador, como la mayoría.
Poco antes de salir rumbo a Europa, tuvo que participar en un acto de "reafirmación revolucionaria" en la cuadra donde viven los Imperatori. Gritó las mismas consignas desfasadas y aplaudió el mismo discurso enlatado. Camino al aeropuerto, en su confortable auto
pasó a cien kilómetros por el sitio donde el panadero Reinaldo Horta tiene su covacha. No desvió su mirada para ver cuán mal viven todavía muchos de sus compatriotas. Sólo tenía cabeza para pensar en las posibles compras que hará en las lujosas
boutiques europeas.
Reinaldo y Rubén son piezas distintas de un mismo juego. Y de diferente forma participan en esta guerra.
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