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20 de marzo, 2000



Logros del pasado: enseñanzas del porvenir

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, marzo - Los resultados en algunas ramas de las ciencias en Cuba durante los siglos XVIII, XIX y principios del XX, demuestran que en este período se produjeron hechos relevantes de carácter científico y tecnológico que trascendieron el estrecho marco de nuestras fronteras nacionales y que no se han repetido territorialmente con igual magnitud en los últimos noventa años.

Fue la medicina cubana la que realizó mayores aportes al conocimiento humano. El Dr. Tomás Romay (1764-1849) dirigió una inmensa campaña de vacunación en la que inmunizó a 300 mil cubanos en 1804.

En 1847, el Dr. Vicente Antonio de Castro (1809-1869) -masón y principal forjador de los máximos líderes de la gesta independentista del 68- realizó la primera operación quirúrgica en el país con anestesia, a pocos meses de efectuada en Europa. Cuba sería la segunda nación que introdujo el uso del cloroformo (1849). Su realizador fue el Dr. Nicolás Gutiérrez, quien también utilizó, por vez primera en Latinoamérica el forceps obstétrico, el estetóscopo y el yeso en fracturas óseas.

El médico investigador Carlos J. Finlay y Barres (1833-1915), presentó su teoría sobre el mosquito CULEX, como el agente transmisor de la fiebre amarilla (1881). Gracias a sus estudios se pudo librar de una muerte segura a millones de personas que vivimos en las latitudes tropicales y concluir las complejas construcciones llevadas a cabo en el Canal Interoceánico de Panamá.

En La Habana fueron creados el primer laboratorio de Histobacteriología y el Instituto de Vacunación Antirrábica (1887) establecidos gracias al trabajo fecundo del médico Juan Santos Fernández. En 1895 se desarrolló el suero antidiftérico en Cuba, poco tiempo después de logrado en el viejo continente. Al urólogo Joaquín Albarrán y Domínguez (1880-1912), se le reconoce como a una de las mayores autoridades de la urología moderna. Sus obras "Exploración de las funciones renales" (1905) y "La medicina operatoria de las vías urinarias" (1908), así como sus años de investigaciones especializadas y sus técnicas quirúrgicas, así lo demuestran.

Pero los educadores cubanos también pusieron en lugares cimeros el nombre de nuestra nación. Domingo del Monte 1804-1883) y el presbítero Félix Varela (1787-1853) revolucionaron la educación a nivel internacional. El primero, al exponer sus experiencias docentes y brindar sugerencias al rey español, a petición de éste. El segundo, al introducir en el Seminario San Carlos los métodos racionalistas de discusión en sustitución de la escolástica, que prevalecía como sistema de estudio. Quien nos enseñó a pensar a los cubanos las emplearía con óptimos resultados en sus clases de Derecho Político y Filosofía.

El químico y minerólogo José Estévez y Cantal (¿-1841) es considerado como el descubridor de la Ley de las Proporciones Definidas (1813) en medios científicos especializados.

Otro coloso de nuestra ciencia fue el químico analítico Alvaro Reinoso y Valdés (1829-1889). Entre sus múltiples trabajos debemos destacar el titulado "Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar" (1862) y sus resultados, al emplearlo con la irrigación y los fertilizantes. Gracias a este método se obtuvo mayor eficiencia en el cultivo y proceso industrial de la dulce gramínea.

Marcos Gamboa y Riana (1673-1729), médico y matemático, se destacó por sus observaciones astronómicas de los eclipses de luna (1715-1725), los satélites de Júpiter (1714) y, en particular, por el cálculo de la altura meridiana de Sirio (1717). Sus resultados fueron recogidos en las memorias anuales de la Academia de Ciencia de París, en 1729, y sirvieron de cálculos básicos para trabajos de otros astrónomos. Asombro causó la exactitud de sus mediciones al ser comprobadas por científicos que las utilizaron posteriormente en sus investigaciones.

El naturista Felipe Poey y Aloy (1799-1891) sería premiado por el rey de los Países Bajos con la Cruz de Caballero de la Orden del León Neerlandés, y con la Medalla de Oro que otorgó la exposición de Amsterdam en 1833, en reconocimiento a su obra "Ictiología cubana", resumen de muchos años de intensa labor científica y enciclopédica acerca de los peces que habitan en mares próximos y ríos del archipiélago cubano.

Mención especial merecen los estudios del también naturalista Antonio Parra, recogidos en su obra "Descripción de diferentes piezas de Historia Natural, las más del ramo marítimo" (1787). En ella, Parra hace la primera descripción del manjuarí, especie antediluviana que puede vivir largo tiempo fuera del agua, entre la turba. Medio pez y medio reptil, abunda en los ríos y lagunas de la Ciénaga de Zapata, provincia de Matanzas, Cuba. La obra de Parra es considerada como una pieza científica de difícil adquisición.

El descubridor de la "Ley general de las corrientes ciclónicas a diferentes alturas" (1890) fue el meteorólogo y sacerdote Benito Viñes (1837-1893).

Y qué decir de la primera línea ferroviaria establecida en el nuevo continente, que cubrió el tramo La Habana-Bejucal (1837) o de la construcción en los astilleros del puerto de La Habana, en 1769, del mayor buque de guerra que surcó los mares y que llevó por nombre "Santísima Trinidad", con más de 20 mil toneladas de desplazamiento, y armado con 140 cañones.

Es indiscutible que la ciencia cubana de los siglos XVIII, XIX y los primeros diez años del XX, alcanzó lugares preeminentes a nivel internacional. Lo cierto es que nuestro país atesora más de doscientos años de excelentes resultados en varias ramas del saber humano. Esta realidad dice mucho de los cubanos como hombres emprendedores, laboriosos y de férrea voluntad.

Quizás esta fabulosa y extraordinaria herencia, estimulada por la iniciativa privada, la creatividad individual lograda por nuestros nacionales emigrados en los EEUU, sean algunas de las razones que expliquen los buenos resultados obtenidos por la minoría étnica cubana residente en ese país que, en menos de 30 años, ha logrado ganarse espacios en la sociedad norteamericana como empresarios, científicos, políticos, juristas, escritores, artistas, y en otras esferas destacadas de la vida pública nacional, no lograda hasta el presente y en tan corto tiempo por otras minorías latinoamericanas y europeas residentes en aquella nación.

Muchos de nuestros hombres de las ciencias y las letras de aquellas centurias, completaron su formación profesional en las mejores instituciones y altos centros docentes de Francia, Inglaterra, España y los Estados Unidos, lo que demuestra que en el intercambio de experiencias y preparación especializada radica el éxito -siempre que no medien controles de tipo político- en las distintas disciplinas del conocimiento.

Lo que afirmamos en esta crónica nos lo enseñó el pasado. Lo demuestran también los logros de la actual emigración cubana. Pensamos que éstas son buenas razones indicadoras del camino lógico que debemos emprender en el presente, pero sobre todo, en el porvenir.



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