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21 de marzo, 2000



¡Agua para la Habana!

Néstor Baguer, APIC

LA HABANA, marzo - La escasez de agua en La Habana ha adquirido caracteres trágicos. Con simplemente recorrer la ciudad es fácil comprobar el sufrimiento de los capitalinos para conseguir un poco de agua para los menesteres más imprescindibles que se convierte en un espectáculo deprimente.

¿Qué podrán pensar los turistas que visitan el Capitolio Nacional y vean largas colas de hombres y mujeres sentados en las aceras con toda clase de recipientes esperando que llegue un camión cisterna para poder conseguir llenarlos. Pero imagínense ustedes esperar tres o cuatro horas a que llegue el camión cisterna, si es que llega, para recoger la poca agua que le den y, como en el caso que pudimos observar en dos hoteles, uno frente al Parque de la Fraternidad y otro en la esquina de Dragones y Aguila, edificios ambos de cinco o seis pisos cuyos ascensores hace años pasaron a mejor vida, después tener que subir cuatro, cinco o seis pisos cargando vasijas con agua para volver a bajar y una vez más subir de nuevo. ¿Vale la pena vivir con tantos sacrificios?

Hablando con los vecinos, las mujeres se quejaban de que el agua que recibían no les alcanzaba para bañarse, cocinar o limpiar la habitación; o hacen una cosa u otra. Además, si quieren tener algo más de agua deben regalar dinero al chofer, y aquellas personas que no tienen fuerzas por edad o enfermedad para ese trasiego tienen que pagar cinco pesos por lata (de agua) para que se la suban.

Esto en una zona turística en el centro de la ciudad, porque en otras zonas es peor, ya que ni llega el agua del acueducto ni llegan los camiones cisternas. Los ejemplos son muchos. Uno de ellos es el Reparto Dolores, en el municipio San Miguel del Padrón, lugar donde pasan dos o tres meses sin agua potable, zonas de Mantilla, Víbora, Lawton u otras muchas.

Nada, que hay que regresar a los tiempos de Ña Seré y abrir pozos en los patios o en su defecto comprar cajas de agua mineral para uso hogareño. Pero aquí no cesan las penurias de esta ciudad antiguamente denominada "Perla del Golfo", y otras tantas inspiradas frases a las que daba origen su belleza, la pulcritud de sus habitantes y la higiene que había podido vencer a la fiebre amarilla.

Ya desaparecieron los camiones cisternas que en días alternos recorrían las calles limpiándolas con poderosos chorros de agua al igual que aquellas otras que iban de parque en parque regando los jardines al igual que a los árboles de las avenidas. Hoy los parques son eriales sin sombra que acojan al viajante, con bancos sin respaldos o sin asientos para descansar. Las fuentes ya no lanzan al aire por sus surtidores el agua bañada en colores por las luminarias.

Y qué podemos decir del estado de la ciudad. Toneladas de escombros producto de los centenares de derrumbes de todo tipo de edificios cierran el paso en aceras y calles. A los escombros se une la basura o desechos de toda clase que personas allí vierten los que como consecuencia lógica se convierten en focos pestilentes y criaderos de ratas, moscas, mosquitos y cuanto bicho se pueda uno imaginar origen de enfermedades infecciosas transmisibles que se agravan por la carencia de fármacos.

Para culminar tenemos el problema de los contenedores de desechos, todos donados a La Habana por diversas ciudades españolas, que están situados en las esquinas. Como los camiones que deben recoger el contenido demoran dos o tres semanas en pasar es imposible cerrarlos, por lo cual la basura se vierte y comienzan a formarse pequeños montículos en la calle alrededor de los contenedores y vuelve a suceder que ciertas personas simplemente vayan vertiendo más desechos hasta que se hace imposible pasar por las aceras, que se cubren con ese material, además de la pestilencia y la creación de nuevos focos de infección, pues podemos ver estos focos a las puertas de algunos de los llamados "paladares" (pequeñas cafeterías y restaurantes privados) donde procesan sus comidas entre nubes de moscas y más cuando por la carencia de agua ya las amas de casa cubanas no pueden continuar con la costumbre tan tradicional de echar baldes de agua en las aceras al frente de sus hogares, que eliminaba polvo, suciedad y adicionalmente refrescaba el caluroso ambiente. Esto sin olvidar que se ven imposibilitadas de cumplir con el ritual de lanzar a la calle el 31 de diciembre un balde lleno de agua para alejar todo lo malo y dar la bienvenida al año nuevo, pues si no tienen agua para cocinar quién se puede dar el lujo de botar todo un cubo.



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