¿Dónde estás, Cuba?
Lázaro Raúl González, I
HERRADURA, mayo - Mucha gente, fuera y dentro de nuestras fronteras, se preocupa por adivinar hacia dónde vamos los cubanos, jinetes de nuestra patria-joya-alucinación, la islita que empezó por Colón y no ha dejado de fascinar ojos y corazones, propios y ajenos.
Para determinar la ruta que tomará el mapa en que viajamos, sin embargo, paréceme oportuno tratar de establecer algunos de los hitos que marcan nuestro entorno actual, prominentes a simple vista unos, otros bastante borrosos.
De antemano debe tenerse bien claro que si una cosa es segura es la penumbra del terreno que se explora, lo incierto, fantasmagórico de cualquier relieve criollo, y una garantía expedita al escepticismo más gordo. En Cuba, tanto más que en cualquier sitio, parece que
nadie tiene toda la razón: a más que intente convencer, más da la impresión de estar falto de buena parte de ella.
¿En qué mundo cabemos? ¿De cuál sobramos? ¿Cuál reclama nuestra adherencia? ¿Envidia alguien nuestra situación? ¿Causamos pena, iración o indiferencia? ¿Somos un buen ejemplo? ¿Debemos ser imitados o evitados? ¿Estamos
en la cumbre o en el hoyo? Realmente, ¿cómo vivimos? ¿DONDE ESTA CUBA?
Con crispadas o sutiles diferencias, las respuestas a estas preguntas dependerán de la posición política de quién las dé, que en Cuba, pueden ser sólo dos: oficialistas o adversarios.
En la cumbre
Los voceros de la nomenclatura, en perpetuo carnaval propagandístico y a través de sus masivos medios de divulgación, repiten segundo a segundo el mismo incansable mensaje: Cuba representa la concreción de las más nobles y elevadas ambiciones humanas, y
constituye en estos tiempos de tempestad la más segura cobija para esas desamparadas siluetas antropoides que componen los pueblos de la tierra. Insisten en que nadie debe dudarlo, somos la más perfecta democracia y nuestro sistema social la apuntala día a día: en Cuba no
hay homeless, la mortalidad infantil es inferior a la de los EE.UU. y nuestra esperanza de vida es igual o superior a la de los países del primer mundo.
Similarmente, por nuestros índices de escolaridad y triunfos deportivos merecemos ser considerados una potencia en los más caros anhelos humanos. Nuestra economía crece a un ritmo "moderado pero sostenido" (como está de moda decir) que garantiza los logros
ya conseguidos y promete la conquista de otros superiores. Pareciera aquí la vida un eterno "fair play", glorioso juego de fútbol en un campo de oro verde con balón de esmeraldas forrado de terciopelo. Aún con levísimas imperfecciones (claro, somos
humanos y todavía quedan, además, rémoras del pasado), aquí todo marcha bien; es más, requetebién. No por gusto se ha patentado como cubana la expresión "somos lo máximo".
En el hoyo
Para la mayoría de los adversarios al régimen, sin embargo, el paisaje nacional no evoca nada glorioso. Con unos ingresos per cápita anuales de 120 dólares absolutamente incapaces de garantizar la canasta básica familiar, con un sistema de transporte en
quiebra, con carestías de todo género, incluyendo medicamentos y materiales escolares, y con unas limitadísimas opciones recreativas, Cuba cuenta, según los más acerbos críticos del régimen, con todas las credenciales necesarias para ser incluida
dentro de los países pobres del tercer mundo. Asimismo, la excesiva presencia del estado en la vida de los ciudadanos y el carácter unipartidista del gobierno que ejerce en la isla le garantiza todo el derecho de ser incluido dentro del mapa de los sistemas totalitarios, según
opinan los mismos críticos. Más o menos de este modo piensan aquí dentro los unos y los otros, los de la cumbre o el hoyo.
¿Cómo visualizan los de afuera este berrinche vernáculo?
A mitad del camino, ¿en las colinas?
Por obvias razones, a un extranjero le resulta mucho más fácil mantenerse equidistante de ambos bandos. Los que nos visitan no sólo vienen con el conocimiento de sus propias realidades, sino que están además mejor informados de cómo funciona el resto del
mundo, lo cual les propicia aptitud y equilibrio para emitir juicios valorativos. Escucharlos no está de más.
En el último año -de pura suerte, ya que ellos no vienen por los caminos que yo ando con bueyes y carretón- me he encontrado con cuatro turistas extranjeros. Los primeros fueron dos holandeses a la altura del kilómetro 120 de la autopista que pasa cerca de donde vivo,
sitio por el cual transitaba en bicicleta.
Los de Europa, bastante apasionados por cierto, consintieron en que en Cuba había serias limitaciones de todo tipo, pero se negaron a aceptar que estuviésemos en el hoyo de la geografía socioeconómica. Look at Bolivia, look at the Southafrican countries, look at the
India, me decían enfáticamente.
Poco tiempo después me encontré con un joven español que en la esquina de un museo de la ciudad de Pinar del Río esperaba transporte igual que yo. Allí, y luego en el ómnibus que cogimos, conversamos un buen rato. Replicando a mis comentarios críticos
respecto a la situación doméstica, me dijo que en España tampoco la cosa estaba buena. Me habló mal hasta del Rey. En cuanto a nosotros, me dijo que no estábamos "tan mal".
Por último, hace apenas unos días, esperando un tren, conocí a un respetable hijo de la tierra de Goethe. Ya que el caso se prestaba para tal -en Cuba esperar un tren no es cosa de apuro- el alemán y yo tuvimos tiempo de hacernos amigos. Conversamos mucho y diferimos
bastante. El teutón demostró estar positivamente hechizado por la realidad nacional; ni siquiera las tres horas de atraso del tren deshicieron el espejismo; siempre encontró alguna buena razón para explicar nuestros "fenómenos".
De cualquier modo, tuvo sus momentos difíciles. Así, por ejemplo, cuando lo hice fumarse un "tupamaro" (el pobre, él pensaba que aquí todos fumábamos Partagás o Hupmann) o cuando le mostré un diario nacional en el que aparecían
tres artículos escritos por periodistas extranjeros y le pregunté si él sabía cómo a nosotros, comentaristas independientes, no sólo se nos impedía el a la prensa nacional, sino que además trataba de impedírsenos escribir para el
extranjero.
El europeo deploró tales hechos, pero de cualquier modo trató de mantenerse distante de un excesivo criticismo hacia el régimen, y me ratificó algo que a mí me satisface redescubrir (aunque sin tanta convicción): si bien no estamos en la cumbre, tampoco
parece que estemos en el fondo del hoyo.
Por fin, ¿dónde estás, Cuba?
Para un cubano común, sin embargo, por más vocación de imparcialidad que anhele ejercer ejercer (es mi caso), resulta muy difícil establecer objetivamente qué lugar ocupamos en la escala universal de la presente civilización. Viviendo un aislacionismo
brutal, involuntario pero físico, factual, comunicacional o cualquiera que fuere, los cubanos no podemos ya volar ni siquiera en Aeroflot. ¿Y navegar? Ni en La Niña ni en La Pinta ni tampoco en Internet. Si acaso, en una balsa made at home. Así, carentes de imprescindibles
puntos de referencia e impedidos de ver realidades ajenas, la mayoría estamos ineptos para calibrar, certeramente, nuestra propia realidad.
¿Dónde está?
Por sobre toda borrasca y duda, ante mí, sólo un detalle pervive, claro y enhiesto: ¿Que dónde está Cuba? Por suerte, bajo mis pies, pues en ella vivo hace 37 otoños. (Continuará el próximo mes).
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