Gajes del oficio
Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro
Entre tantos oficios, ejerzo éste, que no es mío - Juan Gelman
LA HABANA, mayo - No tengo cifras, datos exactos. No existe una oficina pública donde pueda buscarlos. Pero de haber archivos, fuentes de información, yo no podría usarlos. No me permitirían entrar, revisar legajos, fotocopiar documentos, entrevistar testigos. De
hacerlo, junto a quien me lo permitiera, estaría violando la ley.
Yo soy un periodista independiente. Cuando los funcionarios se refieren a mí, lo hacen entre comillas. Los periodistas, para ellos, son sus asalariados. Todos pertenecen a un órgano oficial, del partido, de la juventud, de los pioneros. Pero no todos son iguales, unos son más
confiables, y éstos son los que más tienen. Para ellos se abren los archivos, las cifras, los datos, las puertas del aeropuerto.
Cuando un periodista, confiable, es seleccionado para una "tarea de la Revolución", cuenta hasta con los archivos de la Contrainteligencia cubana. Entonces, el pueblo se entera -por aquello de su derecho a saber- de todo lo que el partido -que ni dirige, ni istra, ni
postula- quiere. El periodista, confiable, seleccionado es libre de publicar "todo" lo que se le entrega para su publicación. Cuenta con automóviles, computadoras, tiempo en la televisión, adjetivos elogiosos para los funcionarios presentes. Es el momento de su
realización, de desempolvar el trajecito de ocasión. Ese día parece todo un periodista.
Cuando un periodista, independiente, selecciona un tema, por simple, ingenuo, inocuo que parezca, no halla vías para obtener información, confrontar cifras, cotejar datos. Las fuentes se aterrorizan nada más que de pensar que se verán implicadas. Por muchas promesas
de confidencialidad que se les haga, terminan guardando un silencio de sepulcro. Tiemblan con la idea de que, aunque no aparezca su nombre, las hordas del silencio puedan identificarlo.
El periodista, independiente, no posee medios de transporte, ni computadoras, ni tiempo en televisión, y debe cuidar muy bien sus adjetivos. No tiene derecho a réplica cuando se le acusa de mercenario, vendepatria, intruso profesional. Cualquiera los califica de mentirosos,
farsantes, incapacitados. El periodista, independiente, es poco menos que un aprendiz de acémila.
Cuando un periodista, oficial, confiable, seleccionado, afirma que el verso "sólo el amor engendra la melodía" pertenece al ¿poeta? Silvio Rodríguez, en vez de al poema Crin Hirsuta de José Martí, lo califican de gajes del oficio. El pobre Silvio
no tiene culpa. A eso, ahora, en la onda postmoderna, le llaman intertextualidad. Pero si es un periodista, independiente, el que dice que el Túnel de La Habana está filtrando el agua de la bahía, aunque es verdad, le pueden sacar unos gases que posiblemente deje el oficio.
Por eso, frente a tanto inconveniente, yo, que fui varios años periodista oficial, y desde hace algunos, independiente, escribo de la vida que me corre a la orilla. Digo lo que veo. Cuento lo que me salta al paso. Miro a la gente padecer en silencio, y casi como a escondidas, relato su
agonía. Describo lo que nadie podría negar. Hablo de cosas simples. No cuento heroicidades ni compongo leyendas. No repito el discurso. Un país donde sólo un discurso es permitido es una tierra de loritos amaestrados, y yo hace tiempo me cansé de pedir "pan
pa'la cotorrita".
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