Los cuatro millones de Ulises
Manuel David Orrio, I
LA HABANA, - Afirman degenerados humoristas del país que el general de división Ulises Rosales del Toro, ministro del Azúcar, tañe la lira debajo de su Caballo de Troya, tras producirse el anuncio oficial del cumplimiento del plan de producción de la primera
industria de Cuba.
De acuerdo con el reporte oficial, la Isla alcanzó el 8 de mayo los 4 millones 36 mil toneladas de azúcar de un plan de cuatro. Aún se cuenta con la posibilidad de producir algunas toneladas más, además de haberse alcanzado una eficiencia mayor a la de la
zafra pasada, interpretable desde otro punto de vista como ineficiencia menor, dado el carácter irrentable del sector, debido a los bajos precios internacionales, mala estrategia, indisciplina tecnológica y conocidos desajustes estructurales, además de insuficiencia de créditos
y recursos, aún cuando es mérito de Rosales haber puesto coto a los barbarismos del azúcar en Cuba, en lo cual se destaca la decisión de pagar a los factores productivos a tenor de los resultados físicos finales, no obstante lo contradictorio de ese avance, quizás
indicio de conflictos estudiables; un 82 por ciento del personal de la industria que cobra así, contra sólo un 46 por ciento de quienes se ocupan de la parte agrícola, concretamente en las Unidades Básicas de Producción Cooperativa asociadas a la producción
cañera.
Lo positivo de esa medida -recomendada por este periodista a fines de 1996- es un hecho probado por la vida y la historia nacional. Su registro en la Ley de Coordinación Azucarera de 1937 no puede borrarse, al tiempo que vale llamar la atención sobre el carácter
incompleto en la aplicación del viejo y útil principio por el cual se pagaba la caña procesada a partir del azúcar lograda, pero valuando ésta a precios internacionales. Hoy, falta eso, aún cuando distintas formas de pago se están experimentando,
todas sobre la base del mencionado principio.
Dos retos de futuro inmediato serán aplicar el pago por resultados finales de manera absoluta, así como vincular el mismo a los precios del mercado mundial en las condiciones cubanas. Lo segundo parece asustar al gobierno de la Isla, considerando su particular estilo de conducción
económica. Pero los tercos hechos dirán que sólo así podrá decirse adiós a la irrentabilidad del azúcar de Cuba; sólo así, a tenor de la ley de 1937, un desafío de ribetes explosivos que implica abordar con la manga al codo otros
aspectos del agotado modelo de economía vigente, como son los espinosos temas de la propiedad y las indemnizaciones a expropiados.
Aceptar el reporte oficial de 4 millones 36 mil toneladas a la altura del 8 de mayo, pasa por señalar algunas contradicciones estadísticas. Cálculos de este autor, sobre la base de un informe del semanario Trabajadores citado en artículo anterior, estimaron un plan
de corte de 34 millones de toneladas de caña, para un escenario donde siempre se itió a nivel gubernamental un déficit de la misma. Producir lo que se declaró como plan cumplido, a partir de tal existencia de materia prima, obliga a lograr un rendimiento industrial
azucarero no inferior a 11,87 por ciento. El dato oficial sobre lo alcanzado para ese índice asciende a 11,22, lo cual significa que se debieron procesar dos millones de toneladas de caña por encima de lo calculado por este periodista para llegar a los 4 millones de azúcar, sin
contar de otros datos que invitan a izar bandera de suspicacia; el aprovechamiento de la norma potencial de molida va por un 71 por ciento de un plan de 80; el corte mecanizado, responsable en más de un 70 por ciento del aporte de materia prima, se caracterizó por un rendimiento
inferior al plan, estimable en 20 por ciento; la caña molida con atraso y consiguiente pérdida de azúcar es aún problema notable, de la mano con el alto tiempo perdido en las primeras decenas de zafra por causas industriales o relacionadas con el alza y transporte de la
materia prima, todo lo cual hace interrogarse cómo una cosecha de exigencias ajustadas al minuto por sus propias limitaciones de recursos, pudo lograr sus propósitos con tales vicisitudes. El misterio de las estadísticas públicas de Cuba es harto conocido. Baste
recordarle, de la mano con una pregunta: y la caña, ¿dónde se ocultaba?
Siempre sobre la base de un reporte oficial de aristas misteriosas, vale apuntar una suerte de agotamiento de las medidas gubernamentales puestas en vigor, hasta ahora, a los efectos de la recuperación azucarera. Rosales del Toro, como ministro del Azúcar, fue un real paso de
avance al comparar los resultados de 1998 con los de 1999. Pero un análisis de lo alcanzado entre ese último año y la cosecha en finales, revela un aprovechamiento de la norma potencial de molida prácticamente estancado, un rendimiento industrial azucarero que sólo
creció en 0,09 por ciento y un recobrado absoluto apenas incrementado en 0,31. Los costos disminuyeron 67 pesos entre 1998 y 1999; pero entre 1999 y la actual campaña, esa reducción al 8 de mayo era de sólo 19. Poner coto a los barbarismos merece felicitación;
pero producir azúcar con eficiencia internacional es otro cantar. Los cuatro millones de Ulises, desembarcando en Itaca, no pueden hacer olvidar ese pequeño detalle, más cuando no existe observador discrepante sobre el papel jugado por una situación climática, diríase
enviada por el mismísimo Júpiter para echarle una mano al cañero Atrida. Porque el clima ayudó. ¿Verdad, Ulises?
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