Vicente Echerri. El
Nuevo Herald, agosto 16, 2001.
Mientras Fidel Castro celebraba su septuagésimo quinto aniversario en
Venezuela gracias al entusiasmo del fervoroso discípulo que le salió
en el presidente de ese país, los más pudientes del exilio cubano
también hacen sus fiestas de verano --en el Mediterráneo y en el
Caribe; en Key Biscayne y en la Riviera; en Nueva York y en Coral Gables. Pese a
las abisales diferencias entre el dictador de Cuba y sus exiliados más
notorios, al uno y los otros parece igualarlos la palabra triunfo.
Por supuesto, este triunfo está entreverado de derrotas: Castro, en más
de 40 años de poder absoluto, no ha podido sacar a flote la economía
cubana a la que arruinó definitivamente al sujetar la gestión económica
al dictado de sus caprichos teñidos por los dogmas de una idelogía
fracasada. Por su parte, los exiliados que vinieron a hacer o a rehacer sus
fortunas en el exilio apenas si han logrado mellar el lustre de la dictadura. ¡Puede
afirmarse que Castro ha hecho más en contra de sí mismo que la
suma de todos sus enemigos!
No quiero que parezca que desconozco algunos de los innegables aportes de
los nuestros, como son el cabildeo cerca del gobierno federal al que se debe el
mantenimiento del embargo norteamericano a Cuba; y, por ejemplo, la creación
de Radio Martí, que significó una ventana de libertad para toda
una población sujeta a una larga campaña desinformativa. Sin
embargo, yo creo que los cuantiosos capitales de nuestros ricos no se han puesto
al servicio de los intereses fundamentales de nuestra comunidad. Hemos perdido
la batalla de la opinión pública en este país --como se
evidenció en el caso del niño Elián-- por falta de dinero;
es decir por falta de un auténtico y profundo compromiso de parte de
nuestros capitalistas con la causa de la que continuamente se dicen servidores:
el fin del castrismo y la restauración de la democracia en Cuba.
Por eso cuando Castro puede --con relativa confianza-- celebrar su cumpleaños
en Venezuela, mientras nuestros ricos también se entretienen en sus
festejos, puede afirmarse que todos han triunfado, que el tirano y sus más
conspicuos adversarios tienen lo que quieren: aquél se propuso el
mantenimiento del poder absoluto y vitalicio aunque sea sobre un país en
ruinas y con un pueblo envilecido; éstos, el desbordante éxito
económico, mientras la nación de la que se llaman exiliados es un
recuerdo de cócteles y sobremesas. En la mayoría de los casos
patriotismo de pacotilla, pura parodia.
Hasta los que más han hecho entre nuestros ricos puede afirmarse que
han hecho poco. Recuerdo que hace un tiempo le oí decir a Jorge Mas
Santos, en una cena donde se honraba la memoria de su padre, que éste "lo
había dado todo por Cuba''. Sin pretender negar los auténticos méritos
de Jorge Mas Canosa, ¿cómo es posible afirmar que alguien "lo
ha dado todo'' y, al mismo tiempo, pueda reservarse un capitalito que asciende a
varios centenares de millones de dólares? Con sólo parte de esa
fortuna empleada en la causa de Cuba es muy probable que Fidel Castro no hubiera
podido celebrar su 75 cumpleaños y que hasta en el último rincón
del mundo se supiera hoy cuál es la verdadera historia de las víctimas
del castrismo; en lugar de ser reconocidos los cubanos del exilio por el retrato
que de nosotros han hecho nuestros enemigos: "una comunidad envenenada por
el odio que quiere a toda costa apoderarse de Cuba para devolverle las lacras de
que la revolución supuestamente la libró''. Para pensar en alguien
que sí lo dio todo por Cuba, hay que remontarse, desafortunadamente, a
otra época, hay que pensar, por ejemplo, en Francisco Vicente Aguilera,
que de ser un hacendado inmensamente rico terminó sus días
viviendo en una modesta casa de huéspedes en Nueva York, donde prefería
pasar hambre y andar con los zapatos rotos antes que tocar un centavo de las
espléndidas donaciones que le daban para la guerra en Cuba.
La nación cubana ha naufragado y a las playas del exilio vienen a dar
continuamente los restos del naufragio que, por desgracia, nadie atesora ni reúne
(al menos hasta hoy) debidamente. La larga contienda contra Castro es realmente
una guerra verbal en que ni siquiera nos va bien, porque la dirigen algunos de
los que peor y más torpemente se expresan, y porque los que tienen los
medios no han podido sobreponerse a la natural mezquindad que casi siempre
padecen los bodegueros enriquecidos. Tal vez suene muy pesimista decir que el
pueblo cubano, aquí y allá, ha perdido esta guerra y que si bien
el capitalismo y la democracia volverán inevitablemente a nuestro país,
será el resultado de turbias componendas entre los herederos de Castro y
el capital internacional, cuadro en el que no faltarán nuestros
agenciosos logreros del patio. Mientras tanto, prosiguen las celebraciones.
© Echerri 2001/El Nuevo Herald |