Emilio Ichikawa.. Publicado el viernes, 20 de abril de 2001
en El Nuevo Herald
Según un popular chiste de Guillermo Alvarez Guedes, la mujer del
primer cosmonauta cubano no se percató de su misión real ya que,
aunque lo vio entrenar con escafandra y todo, atribuyó sus andanzas a un
supuesto compromiso con la CIA.
En efecto, el castrismo es también una forma torcida del razonamiento
facilista. Todo lo que resulta complejo, interesante, enigmático, lo
atribuye a la perspicacia del servicio secreto norteamericano: la rebelión
en el Escambray, Girón, la fiebre porcina africana, el sida, la oposición
cubana, la victoria del equipo de Tommy La Sorda, el buchito de café del
Versailles, el empuje económico y cultural de Miami.
Creo que, a la par que nos libramos del contenido represivo de la tiranía,
debemos también deshacernos de sus estilos.
Alerto entonces sobre la ingenua tendencia que consiste en responsabilizar
al castrismo no sólo de cada uno de nuestros problemas, lo que sería
comprensible, sino en implicarlo en los eventos complejos que a veces no
comprendemos sencillamente por enigmáticos.
Un ejemplo: tildar de castrista a todo escritor residente en la isla es una
impostura. Algo tan simplista como afirmar que son anticastristas todos los que
viven fuera. La vida es un poco más complicada, por suerte.
Pero decir, como lo afirmó alguien que merece iración y
respeto, que Abilio Estévez es un escritor al servicio del régimen
resulta, además de todo lo anterior, una injusticia.
El poeta, dramaturgo y narrador Abilio Estévez, quien con Carlos
Victoria y Guillermo Cabrera Infante se consolida entre los grandes escritores
cubanos vivos, es un incomprendido. Y arriesgarse a la incomprensión es
el colmo de la valentía. Lo es porque como artista posee una personalidad
compleja, exigente y a veces muy difícil. Arduo es incluso como amigo;
por eso nuestra amistad se funda, igual que en el cariño y la iración,
en unos cuantos malentendidos. En efecto, hemos discutido.
Estévez comparte con Reinaldo Arenas el padecimiento de los mismos
tipos de envidias y recriminaciones. Se entiende: brillan demasiado. Además
de exitoso es inteligente.
La diferencia radica en que, mientras Reinaldo Arenas es un epicúreo,
Estévez es un estoico. El primero es el genio arrebatado de iluminación;
el otro, un talento sereno y elegante. Cuando Arenas escribe El color del verano
participa del ritmo vertiginoso de Carlos Montenegro y Virgilio Piñera; y
Estévez, cuando concibe Tuyo es el reino, disfruta la paz de los panes de
José Soler Puig. En la escritura de Arenas se percibe una velocidad como
de vértigo; parábolas, tretas, hipótesis y maldiciones se
suceden sin un plan aparente. En la novela y los cuentos de Estévez,
incluso en su teatro, la acción está salvada por la belleza poética
del texto.
En la biblioteca personal de Abilio Estévez existe un ejemplar en
francés de La broma, de Milan Kundera, anotado por Virgilio Piñera
hacia 1974. Cuando casi nadie en Cuba sabía de este escritor, nosotros
superamos la ignorancia gracias a las conmovedoras charlas en una linda y
modesta casita amarilla de Marianao. La casa de Abilio Estévez. Ninguno
de los que participamos de ese singular magisterio creemos, definitivamente, en
la parcialidad política del escritor. La lista de libros que solía
prestarnos es suficiente para demostrar el talante libertario en que se planta
la eticidad profesional de Estévez. Hay ciertas lecturas, incluso
palabras, que llegan a ser incompatibles con la obediencia al poder.
Igual que ayer en mi pueblo habanero de Bauta, ofrezco hoy a Abilio Estévez
mi casa y mi corazón aquí en el exilio. Me gustaría ayudar
así a reconciliar a los escritores cubanos con Miami, contribuir a
despejar las malezas que Reinaldo Arenas avistó una vez en ésta,
la ciudad posible. Aquí seguimos, pues, querido amigo, con el réquiem
y los sones de siempre. Bailamos aún amparados en esas músicas que
tú conoces y que nos abrirán las puertas de La Habana o, si lo
merecemos, de la eternidad.
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