Charla con
mi amigo El Disidente
Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero - ¡Cálida tarde de la Vieja Habana! Los fríos
se fueron. Quizás por unos días. Caminando por esta calle
-Mercaderes- en busca del buen café express, calle poblada de recuerdos y
transitada con frecuencia por viejos amigos queridos, me encontré con "El
Disidente". Me buscaba.
No sé por qué, pero siempre me pongo en guardia en su
presencia. Mi mente se alerta y hallo sentidos dobles -y triples- en sus
palabras. Pero, cosa rara, cuando lo veo siento cierta simpatía hacia él.
Llevaba dos días encerrado en su casa y necesitaba, según él,
que sus ojos percibieran horizontes más lejanos que las paredes de su
cuarto y sobre todo escuchar otra voz, no el rumor de la suya en su cerebro.
La transparencia de la atmósfera y los rayos cálidos del sol
me permitían disfrutar, de una forma renovada, esta parte de la ciudad.
También el café express. Ya no me dolía el frío en
los huesos.
Caminé con él por callejuelas, donde descubrí un pequeño
hostal que ocupa una casa del siglo XVIII, pequeño, umbroso y familiar.
Casa que perteneció en el XIX a la familia de Don Pedro Regalado Pedroso
Zayas. ¡Increíble! Esta hostería, restaurada con acierto,
lleva año y medio funcionando y no la conocía. Su nombre: Hostal
El Comendador.
Lo arrastré fuera y cruzando frente a un pequeñito parque
conocido como el parque Diana de Goles lo obligué a sentarse al sol,
junto a mí, sobre el Malecón del Puerto. A nuestra izquierda un
crucero lleno de turistas atracaba en el muelle más cercano.
Su soliloquio comenzó, sin percibir la belleza de la casa que están
terminando de restaurar, posiblemente de mediados del XVIII y con una estructura
poco común, situada frente a nosotros y a un costado del edificio de la
Marina de Guerra. El sol calentaba, al fin, mi piel.
A mi espalda, la bahía y Casablanca. En mi oído izquierdo el
zumbido de su voz. No voy a transferirles la conversación pero sí
la esencia de ella. No soporta más tiempo vivir en Cuba y está
dispuesto a levantar la temperatura de sus escritos al máximo. Prevee el
martirologio como fase inicial de su expulsión del país.
También mi querido "Disidente" cree que ha llegado a
conclusiones que le permitan hacer artículos de fondo de análisis
político. En este punto yo lo interrumpo y le explico que no tenemos
información ni a ella y que por lo tanto eso es casi imposible.
Que lo pragmático es percibir la realidad (sufrirla en nuestro caso) y
denunciar internacionalmente los abusos cometidos y las infracciones llevadas a
cabo sobre los Derechos del individuo. Que quizás narrando un hecho común,
cómo en mi edificio se hacen diferentes actividades ilegales y las
autoridades no actúan, mientras que a un anciano que recibe cuatro dólares
mensuales de pensión le ponen 500 pesos (casi 24 dólares) de multa
por vender cigarrillos en las calles, las personas que lean su artículo
entren dentro de nuestra realidad con más facilidad.
No cede y me menciona la base rusa de espionaje electrónico de
Lourdes, las FARC de Colombia, el escudo norteamericano contra misiles y a Chávez,
el de Venezuela. ¡Ya, coño!
Todas esas asociaciones las hacemos todos los seres normales. Todas están
relacionadas entre sí. Pero el engaño no está ahí
solamente. Está en la utilización del pueblo de Cuba como cobayos
para continuar con un experimento social, económico y político que
ya las clases dirigentes están convencidas que no funciona. El pueblo
igualmente lo sabe. ¿Pero, que van a hacer a estas alturas los perros de la
guerra que detentan todo el poder?
El sol ha enrojecido al Disidente y espero que a mí también.
Ya el crucero italiano atracó en el muelle y para que se calle me lo
llevo otra vez a que tome otra taza de café express.
Comprendo su angustia. Es mi angustia. Son cuarenta y dos años de
discursos prometiendo futuros que nunca llegan. Es vivir en un país pequeño
y pobre con una dictadura muy evolucionada y sobre todo muy eficaz a la hora de
suprimir al individuo del grupo social. En Cuba, los torturadores pueden ser tus
mismos vecinos, orientados por los más sofisticados especialistas de la
Contrainteligencia. Lo comprendo, sí, Cuba para él es un infierno.
Para mí igualmente. Pero, ¿por qué se expresa así, con
tanta liberalidad conmigo? El es una persona tan paranoica que no confía
ni en su sombra. ¿Comprenden?
Lo acompaño hasta El Floridita Obispo arriba, donde Hemingway disfrutó
de sus tardes habaneras y de sus buenos daiquirís. Retorné por la
misma calle. Sólo me detuve a comerme una pizza.
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