Marifeli Perez-Stable. Publicado el jueves, 26 de julio de
2001 en El Nuevo Herald
Amediados de los 90 los gobernantes cubanos respiraron aliviados. Habían
sobrevivido a la situación dificilísima que afrontaron a
principios de la década con un mínimo de reformas económicas
y casi ninguna política. En efecto, lograron una reconstitución
que no sólo los protegió de un desmoronamiento como el de sus
antiguos aliados, sino que, probablemente, les sirva para apuntalarlos hasta el
velorio --o la pérdida de sus cabales-- del comandante.
Ante la incertidumbre y el desasosiego que el fin de la guerra fría
desatara en Cuba, se desvelaron propuestas de cambio que hubieran conformado una
alternativa más atenta al cubano de a pie y al futuro del país que
la reconstitución que transcurrió. A saber, éstas fueron:
la legalización de las pequeñas y medianas empresas nacionales; la
separación de funciones con el nombramiento de diferentes titulares en la
presidencia y la secretaría general del Partido Comunista así como
la creación del cargo de primer ministro; la integración de
algunos opositores a la Asamblea Nacional del Poder Popular y el cambio de
nombre del partido único al de Partido de la Nación Cubana.
Era un conjunto de medidas más bien simbólico, pero no
insustancial. Las PyME hubieran creado fuentes de empleo y potenciado las
enormes reservas empresariales de los cubanos en favor del tan lastimado consumo
básico de bienes y servicios. Con la separación de funciones se
hubiera dado un modestísimo paso en favor de aplacar lo inisible: que
un solo hombre haya monopolizado por cuenta propia las cumbres del poder durante
décadas sin más coto que su muerte. Una docena de opositores en el
parlamento no hubieran puesto en peligro al estado cubano (o, ¿es que es
tan débil?) y le hubieran dado colorido a sus discusiones soporíferas.
Lo del Partido de la Nación Cubana sugería una especie de PRI que
no hubiera sido gran cosa, cierto, excepto que ahora en México el
presidente es del PAN. Pero Fidel Castro no es Deng Xiaoping ni el Partido
Comunista el PRI.
Perdurar ha sido, sin duda, un logro de las élites cubanas, pero sólo
en términos del tajante poder que detentan. Así y todo, la
reconstitución pudiera convertirse en una victoria pírrica. Sin
Fidel Castro, ¿hubieran itido la misma resistencia a las propuestas
mencionadas? Probablemente no. La desaparición física o mental de
Castro requirirá que la cúpula gobernante haga política de
verdad --de la que negocia y pacta, no de la que están habituados que
impone y silencia-- y entonces el logro de los 90 pudiera destaparse como un talón
de Aquiles. No los está preparando bien para lo que ineludiblemente
encararán entre ellos mismos y frente a la ciudadanía.
De poco sirve la insistencia oficial en que la institucionalidad tramitará
la sucesión. Puede que así sea temporalmente, pero a dicha
institucionalidad hay que entrecomillarla por su precariedad y por no haberse
enfrentado aún con su prueba de fuego --más candente y delicada,
por cierto, si el deterioro del comandante se acelerara sin un rápido
devenir del velorio. ¿Quién le pondría el cascabel al gato?
Tarde o temprano, las élites políticas tendrán que regresar
a las propuestas engavetadas. (Se dice, incluso, que ya se están
desempolvando.) La tozudez ante las reformas económicas y la empecinada
ofensiva política de los últimos tiempos no constituyen una
plataforma viable a largo plazo. Entonces habrá que ver si sabrán
negociar y pactar entre ellos mismos sin que peligre su cohesión y, sobre
todo, si podrán mantener su ascendencia ante la ciudadanía sin
modificar las reglas del juego.
Aunque si de apostar se tratara lo haría por la resistencia del régimen
mientras viva su máximo líder, pudiera ser que, antes, los
gobernantes se pasen de raya.
Envalentonados por haber desafiado los pronósticos de su derrumbe y
confiados de que la población los soportará como hasta ahora,
pudieran ser víctimas de su propia política. Gobiernan como si aún
retuvieran el apoyo popular de antaño. ¿Habrán olvidado
aquello de que las apariencias engañan? Si bien es cierto que el cubano
de a pie ha aguantado mucho, con mucha resignación y hondísima
desesperanza, su aguante no tiene por qué ser ilimitado. Los de abajo,
como los topos, tarde o temprano irrumpen en la superficie. Las movilizaciones
in crescendo y el zumbido propagandístico de los últimos tiempos
pudieran convertirse en un bumerán si exigieran más allá de
ese límite aún no fijado y que, posiblemente, no sea fácil
de identificar por la dirigencia. Si así fuera, el actual régimen
pudiera pasar a ser l'ancien régime antes de lo esperado.
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Catedrática en la Florida International
University y autora de 'La revolución cubana: orígenes, desarrollo
y legado' (Madrid: Editorial Colibrí, 1998).
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