Luis Aguilar León.
El Nuevo Herald
"Los cubanos'', escribí una vez en el Profeta, "se
caracterizan individualmente por su simpatía e inteligencia, y en grupo
por su gritería y apasionamiento. Cada uno de ellos lleva la chispa del
genio, y los genios no se llevan bien entre sí. De ahí que reunir
a los cubanos sea fácil, unirlos imposible''.
Si alguna dosis de verdad hay en esa frase, creo que entenderíamos
mejor las razones de la neblinosa visión que ofrece el exilio escindido
por discusiones, defraudado por la política del presidente Bush y viendo
cómo en el Congreso ganan fuerzas los grupos que quieren abrir más
las rutas a Cuba. Como resultado, en este aniversario del 26 de julio, pudimos
ver la imagen de Fidel Castro celebrando la manzana de la discordia que el
exilio acaba de morder. De nada vale cruzar responsabilidades o repetir la clásica
pregunta de sor Juana Inés de la Cruz: "¿Quién es más
de culpar, aunque cualquiera mal haga?...'' Lo necesario es superar el
desaliento y volver a lo que debería ser nuestro objetivo perpetuo: la
libertad del pueblo cubano.
La fatiga que se nota en ciertos sectores del exilio responde a causas que
desde hace tiempo debilitan la voluntad de luchar contra la dictadura castrista.
Citemos dos. La cautela de Washington hacia La Habana, motivada por el temor a
una grave crisis de emigración o de explosión en Cuba; y el
negativo impacto que crean los numerosos cubanos que llegan como "exiliados''
a Miami y antes de un año vuelven a Cuba cargados de regalos, ávidos
de disfrute y aparentemente indiferentes al sufrimiento de su pueblo. En el caso
de Washington, hay que añadir una nueva dimensión: los americanos
parecen estar abriendo senderos hacia una "transición democrática''
(whatever that means) que permita superar pacíficamente los inevitables
cambios que, acaso con su apoyo, van a ocurrir en Cuba.
En cuanto a los jóvenes de allá y de acá, de los cuales
se afirma que creen en los cambios (¿y quién no los desea?) y culpan
a los viejos de estar petrificados en el pasado y en "la Cuba que fue'', es
preciso advertirles que su lógica es atendible, pero que ella se basa en
vulnerables premisas. Para llegar a acuerdos sobre la famosa "transición''
es preciso lidiar con unos líderes, Fidel Castro y su hermano, que ni son
jóvenes ni les interesa otra cosa que mantenerse en el poder,
sacrificando a quien haya que sacrificar. Si no, pregúntenle al espíritu
del general Arnaldo Ochoa, y a Robertico Robaina, el joven ex ministro de
Relaciones Exteriores, quien pasó a ser una ex persona con una orden del
dictador. Lo cual no quita que, en realidad, los "turistas emigrantes'' que
vuelven a Cuba representan el triunfo del capitalismo en la isla, la vuelta a la
materialista voluntad de ser ricos. Lo cual implica darle un puntapié a
la imagen del Che.
Tratar de entender las diversas visiones que tienen las generaciones cubanas
obliga a considerar las diferentes circunstancias en que esas generaciones
crecieron y el paisaje histórico que se les impuso. Bien aleccionadora es
aquella historia de un joven recién llegado de la isla quien, cuando le
hablaron del Apóstol, rechinó los dientes y dijo que detestaba a
Martí. ¿Por qué? Porque durante dos largos años había
agonizado cortando caña "voluntariamente'' bajo un sol abrasador y
bajo un enorme letrero que decía: "Este es el sueño de Martí''.
¿No entendemos mejor cómo salta su odio hacia un Martí
transformado en verdugo abusador? Y claro que es entonces fácil
imaginarse en cuántas circunstancias se ha desparramado el odio en la
Cuba que fue.
De ahí que muchos de los que creen en la "transición''
bajo Castro caen en una peligrosa contradicción: parecen estar más
preocupados por abrirles las puertas a los americanos que por abrirles las
puertas a los presos políticos. Así casi ignoran a los cubanos que
forman la línea más ejemplar de la población; los que
cargan en sus espaldas la esencia y los ideales de Cuba: los presos políticos,
los "disidentes'', los que se juegan la vida creando y repartiendo periódicos
bajo las peligrosas fauces de la Seguridad del Estado.
Casi todas las semanas, en el programa La mesa redonda de Radio Martí,
tengo el privilegio de escuchar algunas de esas voces. Y sé de hombres y
mujeres que han caído presos después de algún programa,
quienes, apenas tienen la oportunidad, vuelven a la trinchera a disparar sus
denuncias. Son miles de cubanos que luchan por una causa que los Estados Unidos,
la América Latina y en general el mundo parecen ignorar. Mientras se
redobla el ataque contra los crímenes de Pinochet, se silencia la
existencia de "campos de concentración'' en Cuba o la multiplicación
de sórdidas prisiones en la isla. Y es bien claro que mientras no se
puedan superar esa y otras contradicciones, mientras no se demuestre la voluntad
de luchar por la libertad de todos los cubanos y cubanas presos en hondas
prisiones, abandonados por el mundo, es difícil hablar de un proceso de
transición hacia la democracia en Cuba. El primer lema debería
ser: "Con los Castro, nada. Con los que se sacrifican por la libertad,
todo''.
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