Las palabras
gastadas
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, noviembre - Hay palabras que se vacían, que pierden todo
su significado, que se quedan huecas, que se convierten en puro y simple sonido.
Y son aquellas que uno deja de respetar, que deja de anhelar, que deja de usar,
ya porque se han vulgarizado, ya porque han permutado su sentido, ya porque se
han prostituido, ya porque no designan la realidad que se vive.
La demagogia es el mayor enemigo de las palabras. Cuando una palabra que es,
a la vez, música, dibujo, mensaje se repite una y otra vez con falsedad y
ambiciones; cuando se envuelve en ella una mentira, la palabra se amodorra, se
marchita, se gasta, y ya no vale de nada.
La palabra es la persona que la dice. Si se cree en la persona, se cree en
su lenguaje, pero si el hablante ha caído en descrédito, ya por
malsanidad, por vileza o por impotencia, su prédica, por más
verbosa, florida, edulcorada que resulte, se torna inútil, desoída,
irrespetada.
Una palabra es atendida cuando lleva en sí la materialización
que la respalda. No se puede decir "victoria" cuando un descalabro
viene seguido de un infortunio; decir "patria" cuando nadie goza de
patrimonio alguno; decir "seguridad" cuando la incertidumbre pasta en
todos los corazones; decir "paz" cuando la existencia toda ha sido la
guerra.
Llegar a la vejez con algunas palabras todavía valiosas es el
privilegio de los honrados, de los auténticos, de los nobles, y eso los
hace venerables. Los hexámetros de Homero aún hoy se repiten con
alborozo y reverencia, las consignas de Stalin son flatos llevados por el
viento. Traicionar la palabra es traicionar la vida, porque la vida tiene
memoria y la memoria se guarda con palabras.
No crea nadie que el silencio es cobardía, es prudencia; no crea
nadie que la palabra es valentía, es riesgo. El silencio no ampara,
solamente previene contra el juicio; la palabra no mata, solamente compromete. Y
quien haya osado comprometerse hablando debe tener la misma osadía para
cumplir lo dicho. El daño causado por "las malas palabras" no
se sana con nuevas "buenas palabras". La voz no es un caramillo para
conducir ovejas no importa si hasta la piedra de sacrificio, es una música
que se tiene para salvar a otros, es un grito de alerta, un alarido de socorro.
Quien use la palabra para embaucar es un monstruo.
Gastar las palabras es un crimen. Mudos debían ser los que mienten (y
pido excusas aquí de aquellos que por razones funcionales no pueden
hablar y que quizás tantas verdades tengan para decirnos) porque hablar
es inducir y nadie tiene derecho a inducir hacia la falsedad y el fracaso. Mucho
cuidado debe tenerse al decir victoria, patria, paz. El mundo hoy necesita esas
palabras y nadie debe gastarlas, vaciarlas, prostituirlas.
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