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7 de noviembre, 2001


Michelle en La Habana

Miriam Leiva / CubaNet

LA HABANA, noviembre - Como si los problemas hubieran sido pocos, llegó Michelle. Cuando pensaban que este año se librarían de los huracanes, pues el peor mes, octubre, había concluido, los habaneros se atemorizaron ante la proximidad del más poderoso de los últimos cincuenta años. Es que convergen circunstancias que erizarían hasta el más insensible de los mortales.

La bella y acicalada Ciudad Habana de los años 50 poco a poco se ha deteriorado por falta de reparaciones, no se han construido nuevas edificaciones de importancia ni buenas redes de abasto de agua, y el tendido eléctrico es viejo.

Desde entonces, miles de personas abandonaron la capital para residir en el extranjero, y sus viviendas fueron ocupadas por familias recién formadas o procedentes de las provincias, que emigraron en busca de prosperidad. Pero las nuevas capacidades se agotaron. Las familias y la inmigración crecieron, por lo que a las casas, apartamentos y cuartos se le adicionaron entrepisos o barbacoas, nombre indígena usado en el argot popular para denominar este tipo de construcción.

De tal suerte, salvo poquísimos barrios, la capital de Cuba es un conglomerado de gente hacinada en cuarterías y casas en estado casi de demolición. No abunda el agua y la higiene es precaria. Incluso el edificio Focsa, considerado joya de la arquitectura cubana, hoy se encuentra en estado ruinoso tras años de maltratos y ausencia de reparaciones.

La Habana Vieja, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO y en fase de reparación, está circundada de moradas de donde pueden salir tantas personas que la imaginación no adivinaría la capacidad de contención de un cubículo.

Si a esto se une el racionamiento de comestibles y el escaso dinero para adquirirlo en algunas tiendas disponibles en moneda nacional o en las extendidas red de comercios dolarizados, esperar un huracán espanta.

Miles de personas fueron evacuadas por la defensa civil. Hubo quienes se negaron a abandonar lo poco que poseen. Otros se aferraron a sus mascotas, pues el perrito no podía ir al albergue, mas cómo abandonarlo, si no existe otra opción. En tales casos, abundó la solidaridad de familiares y amigos que compartieron lo poco disponible, incluido el reducido espacio y la poca comida.

Aunque por suerte para Ciudad Habana el huracán torció el rumbo y no la atravesó como inicialmente se pronosticó, desde el mediodía del domingo 4 de noviembre comenzaron a sentirse fuertes vientos. Los servicios de gas y de electricidad fueron cortados para prevenir deterioros mayores en las redes.

Hasta horas de la madrugada las rachas de viento oscilaron entre 80 y 125 kilómetros por hora. Todos corrían dentro de sus hogares para tapar los huecos dejados por cristales desprendidos, sacar el agua que penetraba con fuerza, atisbar hacia la calle por algún sonido causado por metales arrastrados por el viento, o ramas y árboles que caían.

Se encendían velas, mecheros de keroseno y algunas hornillas de alcohol para preparar algo de comer. Los más afortunados escuchaban las noticias en radios de baterías. Muchos escucharon los partes de Angel Martín por Radio Martí que, como pocas veces, carecía de interferencia se oía muy bien.

Por suerte, la lluvia no fue tan intensa, aunque hubo penetraciones del mar en la zona del Malecón donde las olas fueron espeluznantes. En Centro Habana, en Marina y Concordia, en San Lázaro, los bomberos tuvieron que evacuar a la población en botes. El sótano del inmenso hospital Hermanos Ameijeiras se inundó, dañando valiosos equipos, uno de ellos único en el país, según se dice. Pero, poco a poco el mar se fue calmando.

El lunes amaneció sin lluvias. Sin electricidad desde Pinar del Río hasta Ciego de Avila, o sea desde la provincia más occidental hasta más de la mitad de la isla. El tendido eléctrico y las torres de electricidad fueron seriamente dañadas. Tampoco había agua ni gas.

Las preocupaciones iniciales propias de la supervivencia humana se fueron tornando hacia los familiares residentes en las zonas más afectadas como Matanzas, Villa Clara y Cienfuegos, por donde atravesó el huracán. Si en La Habana se sintió tan fuerte, allá debe haber sido terrible, pues los vientos alcanzaron hasta 210 kilómetros por hora.

Los teléfonos estaban interrumpidos. Por radio y televisión, poco vista por la carencia de electricidad, se emitían partes, pero muy generales, más bien se enfatizaba en que no habían pérdidas de vidas humanas. Luego se informó de algunas muertes.

Inmediatamente la población se volcó a las reparaciones. No obstante, debe esperarse que la reconstrucción de la capital cubana y de las zonas severamente castigadas será lenta y difícil. Y es que ya en Cuba se profundizaba la crónica crisis económica antes de la llegada del huracán Michelle.


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