Michelle en
La Habana
Miriam Leiva / CubaNet
LA HABANA, noviembre - Como si los problemas hubieran sido pocos, llegó
Michelle. Cuando pensaban que este año se librarían de los
huracanes, pues el peor mes, octubre, había concluido, los habaneros se
atemorizaron ante la proximidad del más poderoso de los últimos
cincuenta años. Es que convergen circunstancias que erizarían
hasta el más insensible de los mortales.
La bella y acicalada Ciudad Habana de los años 50 poco a poco se ha
deteriorado por falta de reparaciones, no se han construido nuevas edificaciones
de importancia ni buenas redes de abasto de agua, y el tendido eléctrico
es viejo.
Desde entonces, miles de personas abandonaron la capital para residir en el
extranjero, y sus viviendas fueron ocupadas por familias recién formadas
o procedentes de las provincias, que emigraron en busca de prosperidad. Pero las
nuevas capacidades se agotaron. Las familias y la inmigración crecieron,
por lo que a las casas, apartamentos y cuartos se le adicionaron entrepisos o
barbacoas, nombre indígena usado en el argot popular para denominar este
tipo de construcción.
De tal suerte, salvo poquísimos barrios, la capital de Cuba es un
conglomerado de gente hacinada en cuarterías y casas en estado casi de
demolición. No abunda el agua y la higiene es precaria. Incluso el
edificio Focsa, considerado joya de la arquitectura cubana, hoy se encuentra en
estado ruinoso tras años de maltratos y ausencia de reparaciones.
La Habana Vieja, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO y en
fase de reparación, está circundada de moradas de donde pueden
salir tantas personas que la imaginación no adivinaría la
capacidad de contención de un cubículo.
Si a esto se une el racionamiento de comestibles y el escaso dinero para
adquirirlo en algunas tiendas disponibles en moneda nacional o en las extendidas
red de comercios dolarizados, esperar un huracán espanta.
Miles de personas fueron evacuadas por la defensa civil. Hubo quienes se
negaron a abandonar lo poco que poseen. Otros se aferraron a sus mascotas, pues
el perrito no podía ir al albergue, mas cómo abandonarlo, si no
existe otra opción. En tales casos, abundó la solidaridad de
familiares y amigos que compartieron lo poco disponible, incluido el reducido
espacio y la poca comida.
Aunque por suerte para Ciudad Habana el huracán torció el
rumbo y no la atravesó como inicialmente se pronosticó, desde el
mediodía del domingo 4 de noviembre comenzaron a sentirse fuertes
vientos. Los servicios de gas y de electricidad fueron cortados para prevenir
deterioros mayores en las redes.
Hasta horas de la madrugada las rachas de viento oscilaron entre 80 y 125
kilómetros por hora. Todos corrían dentro de sus hogares para
tapar los huecos dejados por cristales desprendidos, sacar el agua que penetraba
con fuerza, atisbar hacia la calle por algún sonido causado por metales
arrastrados por el viento, o ramas y árboles que caían.
Se encendían velas, mecheros de keroseno y algunas hornillas de
alcohol para preparar algo de comer. Los más afortunados escuchaban las
noticias en radios de baterías. Muchos escucharon los partes de Angel
Martín por Radio Martí que, como pocas veces, carecía de
interferencia se oía muy bien.
Por suerte, la lluvia no fue tan intensa, aunque hubo penetraciones del mar
en la zona del Malecón donde las olas fueron espeluznantes. En Centro
Habana, en Marina y Concordia, en San Lázaro, los bomberos tuvieron que
evacuar a la población en botes. El sótano del inmenso hospital
Hermanos Ameijeiras se inundó, dañando valiosos equipos, uno de
ellos único en el país, según se dice. Pero, poco a poco el
mar se fue calmando.
El lunes amaneció sin lluvias. Sin electricidad desde Pinar del Río
hasta Ciego de Avila, o sea desde la provincia más occidental hasta más
de la mitad de la isla. El tendido eléctrico y las torres de electricidad
fueron seriamente dañadas. Tampoco había agua ni gas.
Las preocupaciones iniciales propias de la supervivencia humana se fueron
tornando hacia los familiares residentes en las zonas más afectadas como
Matanzas, Villa Clara y Cienfuegos, por donde atravesó el huracán.
Si en La Habana se sintió tan fuerte, allá debe haber sido
terrible, pues los vientos alcanzaron hasta 210 kilómetros por hora.
Los teléfonos estaban interrumpidos. Por radio y televisión,
poco vista por la carencia de electricidad, se emitían partes, pero muy
generales, más bien se enfatizaba en que no habían pérdidas
de vidas humanas. Luego se informó de algunas muertes.
Inmediatamente la población se volcó a las reparaciones. No
obstante, debe esperarse que la reconstrucción de la capital cubana y de
las zonas severamente castigadas será lenta y difícil. Y es que ya
en Cuba se profundizaba la crónica crisis económica antes de la
llegada del huracán Michelle.
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