Odisea con
virus
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad / CubaNet
LA HABANA, noviembre - Es malo y lo mismo ataca los riñones que el
estómago, causa fiebre alta, dolores musculares, una especie de asco
intenso ante la presencia de cualquier alimento y te "tira para la cama",
de donde no te deja incorporarte por lo menos en tres días.
A mi casa llegó el jueves y el domingo. Las tres personas que
habitamos en ella enfermamos -sólo la gata quedó indemne- con el
nuevo virus que anda paseándose por la capital cubana. Contagia, y para
ello utiliza el llamado "efecto dominó": unos van derribando a
los otros.
El sábado, con los primeros síntomas, acudí al cuerpo
de guardia del Hospital Nacional, ubicado en la barriada de Altahabana. La
doctora que me atendió dijo que yo estaba "incubando un virus",
por lo que debía beber mucho líquido y tomar una tableta de
Duralgina cada ocho horas. Sin embargo, no pudo recetarme la Duralgina porque no
había ese medicamento en la farmacia del hospital.
El domingo, cuando las primeras ráfagas del huracán Michelle
llegaron a Ciudad de La Habana, ya todos en la casa estábamos fuera de
combate por ese virus que había llegado antes en forma de avanzada.
Por suerte, el viernes a uno de los integrantes del núcleo familiar
le realizaron análisis de laboratorio y le detectaron una leve infección
en los riñones y le recetaron, porque sí había, el antibiótico
conocido por "Acido Nalidíxico", el que utilizamos todos con
buenos resultados.
Al mediodía del martes, cuando ya pude volver a caminar, retorné
al Hospital Nacional. Junto conmigo entró a la consulta una doctora,
joven, que empezó a contarle a su colega respecto a todas las
incomprensiones de que es víctima en esa instalación del
Ministerio de Salud Pública.
"Atendí los pacientes de la sala hasta con inflamación en
el hígado -expresó la doctora- y nada de eso se me ha tenido en
cuenta".
Después, ella expuso un rosario de quejas hasta que su anfitriona
obligada le dijo: "Ya no digas más nada porque se pueden complicar
las cosas, haz lo que tengas que hacer y ya". Dicho esto se marchó.
En ese momento, otra doctora, que evidentemente era la jefe de turno en ese
momento, se asomó por la puerta lateral del local, que da a otra
consulta, y preguntó de manera airada quién había mandado a
buscar recetarios sin su autorización. La interpelada respondió
que al parecer lo había hecho un interno que la sustituyó mientras
fue al baño.
La jefa agregó que ella no estaba "pintada en la pared",
que habían tenido que llamar a no sé quien a su casa y que eso
siempre era un problema. Al fin se calmó la jefa, y terminó su
descarga anunciando que había un psiquiatra en la consulta de al lado. "¡Para
que lo sepan!", recalcó.
Por fin la joven doctora me escuchó a mí, que era el único
que necesitaba consulta médica. Me explicó que el virus se mantenía
alrededor de siete días y que para mi consuelo yo era la décima
persona que a esa hora iba con los síntomas.
También me comentó, aunque era la primera vez en la vida que
nos veíamos: "El único pedacito de carne que tenía en
el refrigerador se lo tuve que cocinar a mi hijo, porque se iba a descomponer
por falta de corriente eléctrica. No hay ni huevos, por lo que tendrá
ahora que comer solamente arroz y frijoles".
Salí de allí dando tumbos, pero al menos esta vez había
Duralgina. En el Hospital Nacional no hay servicio de taxis para los pacientes y
regresar a la casa, aunque vivo relativamente cerca, fue otra odisea. Gracias a
Dios este nuevo virus dura pocos días.
En la casa escucho en mi radio de baterías, que me obsequió
cierto diplomático extranjero hace años, porque en Cuba no venden
este tipo de aparatos, cómo "gracias a la disciplina y a la
preparación del pueblo fue derrotado este huracán que entró
por la Bahía de Cochinos".
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