Cuba Nueva.Diario
electrónico independiente de Cuba, editado en el exilio, en Barcelona,
España. Primera edición del lunes, 26 de noviembre de 2001.
Fidel Castro excusó torpemente su ausencia de la Cumbre de Lima. Le
escribió una carta al presidente Alejandro Toledo en la que explicaba su
decisión de no abandonar Cuba como consecuencia del ciclón que
devastó la Isla hace pocas semanas. Obviamente, se trataba de una
mentira. O de una media mentira: era otro ciclón al que temía.
Mario Vargas Llosa sería condecorado con la Medalla del Sol -la mayor
distinción que otorga el estado peruano- en presencia de todos los jefes
de gobierno, y suponía, con bastante probabilidad de acertar, que el
novelista aprovecharía la tribuna para denunciar su tiranía. No
quería exponerse a esa humillación.
Pero había más. Toledo había tenido la bondad de
recibirme durante una hora el martes 20 en la casa de gobierno. Quería
mostrar su solidaridad con los demócratas cubanos. No olvidaba que hace sólo
unos meses era él quien recorría medio mundo en busca de respaldo
para liquidar a la corrupta dictadura de Fujimori/Montesinos. Ante ese gesto,
propio de gobernantes comprometidos con la libertad, el embajador cubano en Lima
y el canciller Pérez-Roque montaron en cólera. Según estos
sujetos -gente despreciada en el mundillo de la diplomacia seria- yo era un
terrorista, un agente de la CIA y no sé qué otra burda estupidez.
Era, dijeron, como si Castro recibía en La Habana a Abimael Guzmán,
el delirante asesino que fundó "Sendero Luminoso".
Los funcionarios peruanos, algunos de ellos buenos amigos desde hace treinta
años, escucharon los comentarios con una combinación de paciencia
y repugnancia. Lo sorprendente no era que mintieran, sino que siempre recurrían
a las mismas mentiras. Era como si el estalinismo produjera una atrofia de la
imaginación. ¿No podían inventar otra cosa estos patéticos
sirvientes de la tiranía? La oposición democrática siempre
es de la CIA, siempre es terrorista o recibe dinero de la embajada
norteamericana. Y lo paradójico es que quienes inútilmente
intentaban desacreditarme eran los adiestradores y cómplices del
Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, responsable directo de más de
cinco mil asesinatos, secuestros y actos terroristas que ensangrentaron Perú
durante más de una década. En la noche del jueves, en un gesto de
infinita delicadeza, el presidente Toledo me visitaba en mi hotel y me contaba
la historia: Fidel Castro no asistiría a la Cumbre de Lima. Era la
primera que se perdía. A la mañana siguiente lo anunciarían.
La secreta reacción de varios presidentes fue de júbilo. ¡Al
fin solos! Fidel Castro es una pesadilla. Habla incesantemente, hace cuentos
interminables y poco interesantes, devaría a ratos, cada vez que la
irrigación sanguínea de su magullado cerebro comienza a fallarle.
Y todo esto ocurre a través de una dentadura postiza que trata de escapársele,
como todo el mundo en ese pobre país, lo que añade un elemento
angustioso a su inclemente chorro de palabras. Castro distorsiona el debate,
grita consignas, e insiste en el discurso tercermundista de hace medio siglo.
Mientras todos los presidentes intentan acercarse a Estados Unidos y a la Unión
Europea para estrechar lazos, formar parte de los mecanismos de concertación
económica y transferencia técnica y científica, este
hombre, antiguo y equivocado, predica la revolución, la segregación
de América Latina y la hostilidad a Occidente. Es un tenaz fabricante de
miseria.
Vargas Llosa les dio a los asistentes a la Cumbre la oportunidad de
manifestar su rechazo a Fidel Castro y el alivio que producía su
ausencia. El novelista, en vista de la huida del dictador, lo aludió en
un párrafo clave: se felicitaba y los felicitaba a todos porque esta era
la primera Cumbre en la que no había excepciones: todos los jefes de
gobierno habían sido democráticamente electos por sus pueblos en
comicios plurales y libres. En ese punto se produjo el aplauso cerrado de todos
los presidentes y del rey Juan Carlos, que fue el más entusiasta. Los
representantes de Cuba se cruzaron de brazos y bajaron la cabeza. Luego, a la
hora de la cena, mostraron su preocupación: "esto es un desastre",
se le oyó decir a Benigno Pérez, el embajador de La Habana en Perú.
Para la delegación cubana resultaba obvio: la deserción de Castro
y la reacción general se habían convertido en una derrota política.
Nota final: Carlos Lage viajó a Lima en sustitución de Fidel. ¿Por
qué no lo hizo Raúl, el hermano y heredero designado? Un rumor
llegado de La Habana en labios de una corresponsal apunta a otra crisis alcohólica.
Raúl cada cierto tiempo se somete a curas de desintoxicación, pero
luego recae. Hace un mes que nadie sabe de él. Lage, en cambio, es un
funcionario sobrio y moderado. Los presidentes prefieren mil veces tratar con
Lage que con Fidel Castro. Escucha, sonríe, habla lo necesario, y no
muestra, como el Comandante, una necesidad patológica de demostrarle al
interlocutor su infinita sabiduría. Uno de sus acompañantes le
hizo una inusual confidencia a un viejo amigo, compañero de otras
Cumbres: "el viejo no está bien", dijo girando el dedo índice
sobre la sien derecha. Y luego agregó: "por primera vez no se siente
seguro; las cosas están muy mal en el país". Es cierto.
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