CUBANET .INDEPENDIENTE 5o2j28

29 de noviembre, 2001


A paso de bastón: miradas a una marcha

Manuel David Orrio, I

LA HABANA, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - No tengo por costumbre seguir de cerca a las marchas políticas organizadas por el gobierno de Fidel Castro. No es que no me interesen, no es que no pueda encontrar en ellas algún interés periodístico, algunas de esas notas de color tan buenas para describir al cubaneo, en ejercicio de las complicidades del totalitarismo.

Mi verdadera razón es otra. Una vez, un primero de mayo de 1996, quise satisfacer la curiosidad de mi hijo -entonces de siete años de edad- que quería asistir al tradicional desfile de ese día, conmemorativo en Cuba del Día Internacional de los Trabajadores. Iluso de mí: la Seguridad del Estado me estaba esperando en la puerta de mi casa para prohibirme salir de ella.

Como es mi costumbre, no obedecí. Es más, yo mismo ordené ser llevado a la estación de policía más cercana. Yo mismo me metí preso, porque no es lo mismo acatar órdenes ilegales de indudable extorsión sicológica que, por lo menos, expresar una protesta de manera tan especial. Además, después de todo no lo pasé tan mal. Hasta conversé de literatura con un mayor de la policía política a cargo del inmenso operativo, quien a su manera disfrutó el teatro que él había armado. El sabía, y yo también.

Pero en esta ocasión, la marcha de turno me sorprendió en la calle y me dejó en el cerebro la extraña duda. Más allá del trasfondo dramático que significa la desaparición de treinta cubanos en el mar, mi subjetiva impresión es que la manifestación del 27 de noviembre estuvo dedicada a enviar un mensaje al gobierno de Estados Unidos, de parte de su homólogo cubano. Más o menos ese mensaje dice así: Bueno, aceptamos que no van a eliminar a Radio Martí, pero les exigimos con el puño en alto que esa emisora sea veraz".

Así pues, sorprendido en la calle camino de mi curso de computación no gubernamental, tuve la oportunidad de tropezar con algunas escenas. De inicio, me causó bastante mala impresión ver un verdadero mar de camisetas negras. No sé por qué las asocié con camisas pardas. Iba a ponerme con el hígado a la vinagreta, pero entonces me pasó por el lado una corte de manifestantes muy jóvenes, a todas luces estudiantes de una escuela formadora de futuros trabajadores gastronómicos. Me hicieron sentir joven, porque su conducta era la misma de mis condiscípulos y yo cuando teníamos su edad. El mismo cubaneo, la misma chacota, ahora actualizada por las chicas, quienes acomodaron sus lúgubres camisetas negras de modo que se les viera el ombligo. Las muchachitas, coquetas a matarse, me inflaron de pura vanidad. Varias de ellas me dedicaron miradas seductoras. Y yo, encantado. "Todavía ligo", pensé.

No pasó mucho tiempo antes que la desnuda realidad del mundo real habanero me asaltara. Por mi lado pasó una mujer desbordada en insultos anticastristas porque fue a comprar una botella de aceite en una tienda dolarizada y se la encontró cerrada. Más tarde, mi mujer me comentó otra arista pendiente de confirmar. Según parece, unos ladrones escogieron el momento de la marcha para cargar con las seis videocaseteras propiedad de una escuela ubicada en Marianao, lo que me recordó una vista en la televisión.

Se trata de un reportaje sobre el programa audiovisual para dichas escuelas. Todo muy bello, como para darle la razón al diario oficioso Granma. Sólo que el televisor a disposición de los educandos en el aula se encontraba dentro de una especie de jaula adosada a la pared. Una jaula metálica, de cuya puerta abierta colgaba un candado casi del tamaño de mi mano. Aún me pregunto si la intención fue proteger al televisor, o hacer saber a los alumnos que en Cuba la imagen está encarcelada.

Las famosas marchas del gobierno de Fidel Castro viran cualquier ciudad al revés. Pero no ocultan esas realidades. Al salir de mi curso de computación, a eso de las siete de la noche, ya no encontré a los alegres estudiantes de gastronomía. Por mi lado pasó un anciano de ropas miserables y andar más que trabajoso, apoyado en un palo que hacía las veces de bastón. Iba solo, caminando hacia no se sabe dónde. Sin futuro, como mucho en este país.


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