A paso de
bastón: miradas a una marcha
Manuel David Orrio, I
LA HABANA, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - No tengo por costumbre seguir de
cerca a las marchas políticas organizadas por el gobierno de Fidel
Castro. No es que no me interesen, no es que no pueda encontrar en ellas algún
interés periodístico, algunas de esas notas de color tan buenas
para describir al cubaneo, en ejercicio de las complicidades del totalitarismo.
Mi verdadera razón es otra. Una vez, un primero de mayo de 1996,
quise satisfacer la curiosidad de mi hijo -entonces de siete años de
edad- que quería asistir al tradicional desfile de ese día,
conmemorativo en Cuba del Día Internacional de los Trabajadores. Iluso de
mí: la Seguridad del Estado me estaba esperando en la puerta de mi casa
para prohibirme salir de ella.
Como es mi costumbre, no obedecí. Es más, yo mismo ordené
ser llevado a la estación de policía más cercana. Yo mismo
me metí preso, porque no es lo mismo acatar órdenes ilegales de
indudable extorsión sicológica que, por lo menos, expresar una
protesta de manera tan especial. Además, después de todo no lo pasé
tan mal. Hasta conversé de literatura con un mayor de la policía
política a cargo del inmenso operativo, quien a su manera disfrutó
el teatro que él había armado. El sabía, y yo también.
Pero en esta ocasión, la marcha de turno me sorprendió en la
calle y me dejó en el cerebro la extraña duda. Más allá
del trasfondo dramático que significa la desaparición de treinta
cubanos en el mar, mi subjetiva impresión es que la manifestación
del 27 de noviembre estuvo dedicada a enviar un mensaje al gobierno de Estados
Unidos, de parte de su homólogo cubano. Más o menos ese mensaje
dice así: Bueno, aceptamos que no van a eliminar a Radio Martí,
pero les exigimos con el puño en alto que esa emisora sea veraz".
Así pues, sorprendido en la calle camino de mi curso de computación
no gubernamental, tuve la oportunidad de tropezar con algunas escenas. De
inicio, me causó bastante mala impresión ver un verdadero mar de
camisetas negras. No sé por qué las asocié con camisas
pardas. Iba a ponerme con el hígado a la vinagreta, pero entonces me pasó
por el lado una corte de manifestantes muy jóvenes, a todas luces
estudiantes de una escuela formadora de futuros trabajadores gastronómicos.
Me hicieron sentir joven, porque su conducta era la misma de mis condiscípulos
y yo cuando teníamos su edad. El mismo cubaneo, la misma chacota, ahora
actualizada por las chicas, quienes acomodaron sus lúgubres camisetas
negras de modo que se les viera el ombligo. Las muchachitas, coquetas a matarse,
me inflaron de pura vanidad. Varias de ellas me dedicaron miradas seductoras. Y
yo, encantado. "Todavía ligo", pensé.
No pasó mucho tiempo antes que la desnuda realidad del mundo real
habanero me asaltara. Por mi lado pasó una mujer desbordada en insultos
anticastristas porque fue a comprar una botella de aceite en una tienda
dolarizada y se la encontró cerrada. Más tarde, mi mujer me comentó
otra arista pendiente de confirmar. Según parece, unos ladrones
escogieron el momento de la marcha para cargar con las seis videocaseteras
propiedad de una escuela ubicada en Marianao, lo que me recordó una vista
en la televisión.
Se trata de un reportaje sobre el programa audiovisual para dichas escuelas.
Todo muy bello, como para darle la razón al diario oficioso Granma. Sólo
que el televisor a disposición de los educandos en el aula se encontraba
dentro de una especie de jaula adosada a la pared. Una jaula metálica, de
cuya puerta abierta colgaba un candado casi del tamaño de mi mano. Aún
me pregunto si la intención fue proteger al televisor, o hacer saber a
los alumnos que en Cuba la imagen está encarcelada.
Las famosas marchas del gobierno de Fidel Castro viran cualquier ciudad al
revés. Pero no ocultan esas realidades. Al salir de mi curso de computación,
a eso de las siete de la noche, ya no encontré a los alegres estudiantes
de gastronomía. Por mi lado pasó un anciano de ropas miserables y
andar más que trabajoso, apoyado en un palo que hacía las veces de
bastón. Iba solo, caminando hacia no se sabe dónde. Sin futuro,
como mucho en este país.
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