El Hurón
Azul
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, septiembre - El día que al genio de la vanguardia de la
pintura cubana Carlos Enríquez se le ocurrió la idea de bautizar
su casa, allá por la barriada de Párraga, con el nombre de Hurón
Azul, no suponía el más surrealista de nuestros pintores que el
tal nombre sería tan homenajeado, retomado, llevado y traído,
popularizado y hasta superficializado.
Quizás en esa ocasión el autor del Rapto de las Mulatas,
sumergido en la más honda de las borracheras que acostumbraba ostentar,
vio pasar entre los tabiques de su casa de madera un simple y vulgar guayabito
gris y, en su delirio, lo imaginó hurón y azul, y quién
pudiera negarle ese privilegio poético, si ya para entonces eran famosos
los unicornios, los centauros y las hidras multicéfalas.
El caso es que para entonces sólo sus amigos, y sus mujeres, que no
fueron pocas, conocían que la madriguera del pintor se llamaba Hurón
Azul. A la muerte del creador de El Rey de los Campos de Cuba, y cuando ya Nicolás
Guillén, quien fuera su amigo personal, era presidente de la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba, se creó en la sede de dicha institución
un bar-cafetería con el nombre de la casa del pintor.
Así, el Hurón Azul, que por esa época todavía
era un bajareque perdido entre los matorrales, ganó en renombre, y los
organismos encargados de preservar el patrimonio cultural del país se
dignaron a rescatar la casa donde el pintor viviera sus grandes venturas y
desgracias. Se convirtió el Hurón Azul en museo.
Andando el tiempo, vaya lugar común, como si el tiempo detuviera
alguna vez su marcha, el nombre de la casa del pintor fue vuelto a retomar. Esta
vez para identificar un programa informativo sobre la vida artística y
literaria del país que, bajo la tenaz y laboriosa dirección de
Lizette Vila, vino a llenar un espacio por mucho tiempo vacío. Existían
programas televisivos sobre deportes, sobre temas patrióticos-militares,
sobre agricultura, sobre medicina, pero la cultura, que gracias a Dios dicen que
ahora se va a masificar, contaba sólo con breves notas en el noticiero
estelar de la televisión.
El informativo sobre arte y literatura fue el agente popularizador del
nombre Hurón Azul. El pueblo entero conoció, si no los detalles,
por lo menos que un programa de la televisión se llamaba así, e
inmediatamente hizo su aporte al homenaje que se merece el conquistador de la
voluptuosidad criolla y la sublime transparencia de nuestra atmósfera
tropical. Dio en llamar Hurón Azul al más, supuestamente, veloz de
nuestros trenes que cubre la ruta Habana-Santiago de Cuba. A no ser por el color
de que está pintado, no sé que otra asociación haya hecho
el pueblo.
Y aquí es donde no me juega la lista con el billete. No imagino qué
tendría que ver Carlos Enríquez con la onda ferroviaria. Pero no
merece tal deshonra. El Hurón Azul, tren, es un desastre. Y dirán
que la tengo cogida con los trenes, pero es que el pintor no fue tan culpable
como para que vengan a achacarle las penurias que padecen los pasajeros cuando
abordan semejante transporte. Cuando parte a tiempo no lleva merienda, cuando
lleva merienda los coches van apagados, cuando los coches tienen luz, el agua
está caliente, cuando el agua, siempre caliente, alcanza para todos se
desconflauta un coche y el tren se retrasa dos horas. Y, vaya, ni borracho, que
era el estado casi natural del pintor, era capaz de tantas atrocidades, dicen
los que lo conocieron personalmente, aunque fuera capaz de tumbarle la jevita a
su socio Alejo Carpentier.
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