Prisiones
en Cuba
Riesgos de la
lucha clandestina (II)
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Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, mayo (cubanet.sergipeconectado.com) - Martha de la Caridad Blanco González
miró al techo de su calabozo y pensó: "Estoy jodida. Me
enviaron a prisión -aunque no sabía por cuanto tiempo. El curso de
las investigaciones así lo indican". Esa noche rezó y pidió
a Dios fuerzas para enfrentar lo que le reservaba el destino.
La cárcel occidental de mujeres "Manto negro" se considera
como de alta seguridad. Está rodeada de sólidas cercas dobles con
hilos de acero y alambre de púas en su parte superior que los militares
electrifican por las noches. La prisión cuenta con un edificio central
con 16 destacamentos. Cada uno dispone de 8 galeras. Estas últimas
albergan entre 4 y 10 reclusas. Su capacidad total es de 900 prisioneras, cifra
que en algunas ocasiones llega hasta mil y más. Cuenta, además,
con talleres, cocina, panadería, comedores y un pequeño hospital.
Martha de la Caridad pasó a esta penitenciaría a principios de
marzo de 1992. Su traslado se realizó bajo fuerte vigilancia policial.
"Lo que más me impresionó del lugar -recuerda Martha-
fue lo apartado que estaba de la vida. No había nada en kilómetros
a la redonda. Es una construcción cuya estructura y funcionabilidad
sigue el modelo de las cárceles soviéticas. En las galeras hay
literas con dos y tres camas. Al fondo un retrete empotrado al piso, sin ningún
tipo de privacidad. El agua utilizada para la higiene personal y el consumo
humano es fétida, y en ocasiones se le siente el olor a orine. El trato
oficial es cruel e inhumano. Es el método".
"Cuando llegué a la cárcel -puntualiza Martha- fui
incomunicada de inmediato. Los primeros 35 días los pasé en una
celda de castigo. Yo no hice nada que justificara tal medida. Ni siquiera tuve
o con las demás reclusas. Una vez en el calabozo hasta los
guardias evitaban hablar conmigo. Era para enloquecerse. Esta fue mi primera
prueba. Lo que establece el reglamento es que esta medida se aplique ante actos
de indisciplina, y sólo por 21 días. Más adelante conocí
de internadas que sufrieron este suplicio ininterrumpidamente durante ¡dos
años! Al concluir mi aislamiento supe de María Elena Aparicio,
prisionera de conciencia en aquellos momentos, y actualmente exiliada en España".
El horario del día, como en el resto de las instalaciones
penitenciarias del país, comienza en "Manto Negro" a las 5:30
de la mañana y concluye a las 10 de la noche.
"Yo no asistía a los conteos físicos de los prisioneros.
A las 6 y treinta de la mañana era el desayuno, que consistía en
agua con azúcar y un pequeño pan duro con mal olor. A las 7, unas
reclusas se dirigían a los talleres de confecciones, y otras, como yo,
volvíamos al encierro. Eran pocas las prisioneras que tenían el
privilegio de trabajar en esos lugares y ganar un poco de dinero. A mí me
lo propusieron y no lo acepté. Las penadas que nos negábamos a
ello recibíamos el peor trato de las custodias: castigos corporales,
aislamientos, suspensión de visitas familiares y pabellón
conyugal, que tocaba cada 21 días. También nos negaban la
asistencia médica.
"A las 10 y treinta de la mañana era el almuerzo. Nos daban
arroz endulzado con azúcar prieta, frijoles duros y aguados y un trocito
de vianda hervida. Las prisioneras que trabajaban volvían a sus
actividades. Las demás, tras las rejas. A las 4 de la tarde concluía
la jornada. Nos bañábamos con agua helada en cubos. A las 5 y
treinta de la tarde comíamos. El menú: el mismo del almuerzo. A
las 10 de la noche terminaba el día para nosotras. A la mañana
siguiente, la misma rutina".
La atención médica era pésima. No había
medicamentos. El hospital de la prisión disponía de un médico
y varias enfermeras. Marta rememora: "Teníamos que insistir varias
veces ante los militares para que te llevaran al médico. Ya en consulta éste
no te chequeaba. A mí no me atendían porque estaba catalogada de
rebelde. En general, para cualquier síntoma que presentara una paciente
el medicamento recetado era el mismo: aspirina. Era lo único que había
en el dispensario. Las enfermedades más frecuentes que padecíamos
eran respiratorias, debido a la humedad y al número de asmáticas
entre la población penal. También abundaban las enfermedades
digestivas por la falta de higiene y el agua contaminada, así como
infecciones de la piel, por la sarna presente en las colchonetas donde dormíamos".
La práctica de relaciones sexuales entre las mujeres internas
constituía un problema serio y frecuente en la penitenciaría. "Las
relaciones homosexuales existían entre algunas confinadas. Conocí
de varios casos, pero fui testigo excepcional de uno. Recuerdo a la pareja que
llevaba meses de relación armónica. Pasado un tiempo, la que
actuaba como hombre sintió celos de su pareja por causa de otra reclusa.
Las exigencias de una y las explicaciones de la otra eran diarias. Un día
temprano en la mañana, las dos que se disputaban a la hembra se
agredieron. Se arrancaron pelos de la cabeza, se mordieron y los arañazos
cubrían sus cuerpos. La sangre brotaba de caras, brazos y piernas, a la
vez que se increpaban mutuamente. Los militares la emprendieron a golpes con las
dos y no pararon hasta que ambas quedaron sin conocimiento. A rastras las
sacaron de la galera y las llevaron a sendas celdas de castigo. Pasado un mes
las tres mujeres continuaron conviviendo en el mismo lugar. No recuerdo haber
conocido de presiones o ataques sexuales contra reclusas jóvenes y
bonitas recién llegadas a la cárcel por otras con más
tiempo en prisión".
En "Manto negro" existía una especie de emulación
entre los diferentes destacamentos como un medio oficial para dividir a las
internadas y crear conflictos entre ellas.
"A mí -puntualiza Martha- me suspendieron varias visitas
familiares por no asistir a los recuentos. Esta situación me creó
dificultades con el resto de las prisioneras de mi destacamento. En una ocasión
me vi enfrentada a las reclusas comunes de mi galera porque las militares les
dijeron que perdieron la visita de familiares por mi culpa. La situación
no se tornó más violenta que el cruce de ofensas porque la mayoría
de las penadas en ese local éramos políticas. Debo decir que en
general la población penal iraba y respetaba a las presas de
conciencia".
Habían pasado tres meses desde la llegada de Martha de la Caridad a "Manto
Negro". Ya conocía el medio donde estaba. Ahora tendría que
adaptarse a la nueva situación que le tocó vivir sin alterar su
patrón de conducta. Para esa fecha aún desconocía cuándo
le celebrarían el juicio y el tiempo de condena. Tampoco se imaginaba las
demás pruebas que debería enfrentar.
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