CUBANET .INDEPENDIENTE 5o2j28

1 de mayo, 2002

Prisiones en Cuba

Riesgos de la lucha clandestina (II)

Parte I / Parte III / Parte IV

Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, mayo (cubanet.sergipeconectado.com) - Martha de la Caridad Blanco González miró al techo de su calabozo y pensó: "Estoy jodida. Me enviaron a prisión -aunque no sabía por cuanto tiempo. El curso de las investigaciones así lo indican". Esa noche rezó y pidió a Dios fuerzas para enfrentar lo que le reservaba el destino.

La cárcel occidental de mujeres "Manto negro" se considera como de alta seguridad. Está rodeada de sólidas cercas dobles con hilos de acero y alambre de púas en su parte superior que los militares electrifican por las noches. La prisión cuenta con un edificio central con 16 destacamentos. Cada uno dispone de 8 galeras. Estas últimas albergan entre 4 y 10 reclusas. Su capacidad total es de 900 prisioneras, cifra que en algunas ocasiones llega hasta mil y más. Cuenta, además, con talleres, cocina, panadería, comedores y un pequeño hospital.

Martha de la Caridad pasó a esta penitenciaría a principios de marzo de 1992. Su traslado se realizó bajo fuerte vigilancia policial.

"Lo que más me impresionó del lugar -recuerda Martha- fue lo apartado que estaba de la vida. No había nada en kilómetros a la redonda. Es una construcción cuya estructura y funcionabilidad sigue el modelo de las cárceles soviéticas. En las galeras hay literas con dos y tres camas. Al fondo un retrete empotrado al piso, sin ningún tipo de privacidad. El agua utilizada para la higiene personal y el consumo humano es fétida, y en ocasiones se le siente el olor a orine. El trato oficial es cruel e inhumano. Es el método".

"Cuando llegué a la cárcel -puntualiza Martha- fui incomunicada de inmediato. Los primeros 35 días los pasé en una celda de castigo. Yo no hice nada que justificara tal medida. Ni siquiera tuve o con las demás reclusas. Una vez en el calabozo hasta los guardias evitaban hablar conmigo. Era para enloquecerse. Esta fue mi primera prueba. Lo que establece el reglamento es que esta medida se aplique ante actos de indisciplina, y sólo por 21 días. Más adelante conocí de internadas que sufrieron este suplicio ininterrumpidamente durante ¡dos años! Al concluir mi aislamiento supe de María Elena Aparicio, prisionera de conciencia en aquellos momentos, y actualmente exiliada en España".

El horario del día, como en el resto de las instalaciones penitenciarias del país, comienza en "Manto Negro" a las 5:30 de la mañana y concluye a las 10 de la noche.

"Yo no asistía a los conteos físicos de los prisioneros. A las 6 y treinta de la mañana era el desayuno, que consistía en agua con azúcar y un pequeño pan duro con mal olor. A las 7, unas reclusas se dirigían a los talleres de confecciones, y otras, como yo, volvíamos al encierro. Eran pocas las prisioneras que tenían el privilegio de trabajar en esos lugares y ganar un poco de dinero. A mí me lo propusieron y no lo acepté. Las penadas que nos negábamos a ello recibíamos el peor trato de las custodias: castigos corporales, aislamientos, suspensión de visitas familiares y pabellón conyugal, que tocaba cada 21 días. También nos negaban la asistencia médica.

"A las 10 y treinta de la mañana era el almuerzo. Nos daban arroz endulzado con azúcar prieta, frijoles duros y aguados y un trocito de vianda hervida. Las prisioneras que trabajaban volvían a sus actividades. Las demás, tras las rejas. A las 4 de la tarde concluía la jornada. Nos bañábamos con agua helada en cubos. A las 5 y treinta de la tarde comíamos. El menú: el mismo del almuerzo. A las 10 de la noche terminaba el día para nosotras. A la mañana siguiente, la misma rutina".

La atención médica era pésima. No había medicamentos. El hospital de la prisión disponía de un médico y varias enfermeras. Marta rememora: "Teníamos que insistir varias veces ante los militares para que te llevaran al médico. Ya en consulta éste no te chequeaba. A mí no me atendían porque estaba catalogada de rebelde. En general, para cualquier síntoma que presentara una paciente el medicamento recetado era el mismo: aspirina. Era lo único que había en el dispensario. Las enfermedades más frecuentes que padecíamos eran respiratorias, debido a la humedad y al número de asmáticas entre la población penal. También abundaban las enfermedades digestivas por la falta de higiene y el agua contaminada, así como infecciones de la piel, por la sarna presente en las colchonetas donde dormíamos".

La práctica de relaciones sexuales entre las mujeres internas constituía un problema serio y frecuente en la penitenciaría. "Las relaciones homosexuales existían entre algunas confinadas. Conocí de varios casos, pero fui testigo excepcional de uno. Recuerdo a la pareja que llevaba meses de relación armónica. Pasado un tiempo, la que actuaba como hombre sintió celos de su pareja por causa de otra reclusa. Las exigencias de una y las explicaciones de la otra eran diarias. Un día temprano en la mañana, las dos que se disputaban a la hembra se agredieron. Se arrancaron pelos de la cabeza, se mordieron y los arañazos cubrían sus cuerpos. La sangre brotaba de caras, brazos y piernas, a la vez que se increpaban mutuamente. Los militares la emprendieron a golpes con las dos y no pararon hasta que ambas quedaron sin conocimiento. A rastras las sacaron de la galera y las llevaron a sendas celdas de castigo. Pasado un mes las tres mujeres continuaron conviviendo en el mismo lugar. No recuerdo haber conocido de presiones o ataques sexuales contra reclusas jóvenes y bonitas recién llegadas a la cárcel por otras con más tiempo en prisión".

En "Manto negro" existía una especie de emulación entre los diferentes destacamentos como un medio oficial para dividir a las internadas y crear conflictos entre ellas.

"A mí -puntualiza Martha- me suspendieron varias visitas familiares por no asistir a los recuentos. Esta situación me creó dificultades con el resto de las prisioneras de mi destacamento. En una ocasión me vi enfrentada a las reclusas comunes de mi galera porque las militares les dijeron que perdieron la visita de familiares por mi culpa. La situación no se tornó más violenta que el cruce de ofensas porque la mayoría de las penadas en ese local éramos políticas. Debo decir que en general la población penal iraba y respetaba a las presas de conciencia".

Habían pasado tres meses desde la llegada de Martha de la Caridad a "Manto Negro". Ya conocía el medio donde estaba. Ahora tendría que adaptarse a la nueva situación que le tocó vivir sin alterar su patrón de conducta. Para esa fecha aún desconocía cuándo le celebrarían el juicio y el tiempo de condena. Tampoco se imaginaba las demás pruebas que debería enfrentar.

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