Boceto para
un lienzo de Sacha
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - Francisco López Sacha, el único
Francisco al que conozco y no apodan Pancho ni Paco, sino Sacha, no ha tenido
nunca reservas para declarar que le hubiera gustado ser músico. Sus
amigos de adolescencia, allá en el golfo de Guacanayabo, lo recuerdan
arpegiando en una guitarra imaginaria y farfullando canciones de The Beatles, lo
cual, quizás, prueba su vocación. Pero los caminos del hombre son,
casi siempre, insospechados. Yo, aunque nunca lo he confesado, hubiera querido
ser pintor; por eso me atrevo ahora a intentar este boceto que no sé si
alguna vez llegue a lienzo.
Hace unas tardes supe que allá en el Palacio del Segundo Cabo, donde
se realizan "los sábados del libro" habían presentado "Dorado
Mundo", el libro de Sacha que ganara el premio Alejo Carpentier 2002. Me
asombró la celeridad con que la Editorial Letras Cubanas -célebre
por sus demoras- lo había publicado. En otros tiempos yo hubiera estado
allí para darle un abrazo al amigo y comprar su libro, pero hace mucho
que no asisto a lugares donde entre amigos se cuelan jetas desagradables. Esperé
que la librería estuviera despejada y entonces fui. Compré y leí.
Leí con agrado aunque ya conocía la mayor parte de los cuentos.
Leer a Sacha es, siempre, como asistir a una postgrado sobre narrativa.
Francisco López Sacha es un narrador de oficio. De tanto oficio que,
a veces, no se nota la pasión con que escribe. Conocedor de todos los
artilugios construye sus cuentos a partir de una arquitectura inflexible. Todo
elemento narrativo está calculado con la precisión del alarife que
sabe de antemano en qué lugar se colocará cada ladrillo. No hay
una pilastra débil, un arquitrabe deslucido, un frontispicio chapucero;
sus cuentos son pequeñas catedrales.
Su imaginación, más realista que fantástica, va siempre
embridada por la técnica que elige. No da lugar a desequilibrios. Los
relatos fluyen con la mesura de lo sopesado con paciencia y pericia. Cada
situación es recreada con minuciosidad pero sin traspasar esa delicada
frontera con el regodeo innecesario. Contrario a Horacio Quiroga, que pedía
del cuento rapidez y precisión; o de Jorge Luis Borges, que solicitaba un
universo en dos cuartillas; o del Hemingway conciso de El Viejo y el Mar, Sacha
elige una especie de adición detallada que dota al relato de una atmósfera,
diríase, cinematográfica. Sus personajes, de una cercanía
asombrosa a la realidad, se salvan de lo puramente testimonial por la capacidad
fabuladora con que el creador los arropa y conduce por la trama.
Si algo distingue a Sacha del resto de los narradores de su generación
-generación bastante homogénea tanto en lo temático como en
lo formal y lo conceptual- es precisamente su formación exegética.
Mientras algunos de sus contemporáneos parten de presupuestos puramente
empíricos, él afinca su método creativo en un afilado
pertrecho académico. No lo sorprenden los hallazgos ni lo traban los
escollos; él no busca efectos, tiene almacenadas las causas -literarias-
para provocarlos en el momento preciso. Desde la brevedad de Monterroso hasta la
sublime exuberancia de Tolstoi; desde la simbologìa chejoviana- que también
hubiera visto en la rotura de una taza de inodoro al tiempo que se derrumbaba el
Muro de Berlín al mismo mierdal- hasta la crudeza descarnada de Vargas
Llosa están en su alacena, y sabe cómo usarlos sin correr el
riesgo de la improvisación, pero sin saborear el peligro -delicioso- de
lo inusitado.
Francisco López Sacha ha recorrido un largo camino por los parajes de
la literatura cubana. Más de diez libros -novelas, cuentos, ensayos,
antologías- conforman su obra hasta la actualidad. Mas, si tuviera yo, si
me viera obligado, y no sé qué o quién pudiera obligarme a
ello, a seleccionar para una antología algunos de los textos de Sacha, no
dudaría en incluir tres -lo cual es una cifra astronómica para
cualquier escritor: Figuras en el lienzo, Escuchando a Little Richard y Dorado
Mundo. Pero no me crea nadie, por ello, supraexigente, ni dejado arrastrar por
el gusto -que ya se sabe no es una categoría estética, aunque el
gusto sea el resultado del conocimiento- y mucho menos tendencioso en cuanto a
factores extraliterarios; nada de eso. Lo haría por la excelencia, por el
virtuosismo, por la eficacia de los cuentos como cuentos en sí.
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