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7 de noviembre, 2002

Boceto para un lienzo de Sacha

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - Francisco López Sacha, el único Francisco al que conozco y no apodan Pancho ni Paco, sino Sacha, no ha tenido nunca reservas para declarar que le hubiera gustado ser músico. Sus amigos de adolescencia, allá en el golfo de Guacanayabo, lo recuerdan arpegiando en una guitarra imaginaria y farfullando canciones de The Beatles, lo cual, quizás, prueba su vocación. Pero los caminos del hombre son, casi siempre, insospechados. Yo, aunque nunca lo he confesado, hubiera querido ser pintor; por eso me atrevo ahora a intentar este boceto que no sé si alguna vez llegue a lienzo.

Hace unas tardes supe que allá en el Palacio del Segundo Cabo, donde se realizan "los sábados del libro" habían presentado "Dorado Mundo", el libro de Sacha que ganara el premio Alejo Carpentier 2002. Me asombró la celeridad con que la Editorial Letras Cubanas -célebre por sus demoras- lo había publicado. En otros tiempos yo hubiera estado allí para darle un abrazo al amigo y comprar su libro, pero hace mucho que no asisto a lugares donde entre amigos se cuelan jetas desagradables. Esperé que la librería estuviera despejada y entonces fui. Compré y leí. Leí con agrado aunque ya conocía la mayor parte de los cuentos. Leer a Sacha es, siempre, como asistir a una postgrado sobre narrativa.

Francisco López Sacha es un narrador de oficio. De tanto oficio que, a veces, no se nota la pasión con que escribe. Conocedor de todos los artilugios construye sus cuentos a partir de una arquitectura inflexible. Todo elemento narrativo está calculado con la precisión del alarife que sabe de antemano en qué lugar se colocará cada ladrillo. No hay una pilastra débil, un arquitrabe deslucido, un frontispicio chapucero; sus cuentos son pequeñas catedrales.

Su imaginación, más realista que fantástica, va siempre embridada por la técnica que elige. No da lugar a desequilibrios. Los relatos fluyen con la mesura de lo sopesado con paciencia y pericia. Cada situación es recreada con minuciosidad pero sin traspasar esa delicada frontera con el regodeo innecesario. Contrario a Horacio Quiroga, que pedía del cuento rapidez y precisión; o de Jorge Luis Borges, que solicitaba un universo en dos cuartillas; o del Hemingway conciso de El Viejo y el Mar, Sacha elige una especie de adición detallada que dota al relato de una atmósfera, diríase, cinematográfica. Sus personajes, de una cercanía asombrosa a la realidad, se salvan de lo puramente testimonial por la capacidad fabuladora con que el creador los arropa y conduce por la trama.

Si algo distingue a Sacha del resto de los narradores de su generación -generación bastante homogénea tanto en lo temático como en lo formal y lo conceptual- es precisamente su formación exegética. Mientras algunos de sus contemporáneos parten de presupuestos puramente empíricos, él afinca su método creativo en un afilado pertrecho académico. No lo sorprenden los hallazgos ni lo traban los escollos; él no busca efectos, tiene almacenadas las causas -literarias- para provocarlos en el momento preciso. Desde la brevedad de Monterroso hasta la sublime exuberancia de Tolstoi; desde la simbologìa chejoviana- que también hubiera visto en la rotura de una taza de inodoro al tiempo que se derrumbaba el Muro de Berlín al mismo mierdal- hasta la crudeza descarnada de Vargas Llosa están en su alacena, y sabe cómo usarlos sin correr el riesgo de la improvisación, pero sin saborear el peligro -delicioso- de lo inusitado.

Francisco López Sacha ha recorrido un largo camino por los parajes de la literatura cubana. Más de diez libros -novelas, cuentos, ensayos, antologías- conforman su obra hasta la actualidad. Mas, si tuviera yo, si me viera obligado, y no sé qué o quién pudiera obligarme a ello, a seleccionar para una antología algunos de los textos de Sacha, no dudaría en incluir tres -lo cual es una cifra astronómica para cualquier escritor: Figuras en el lienzo, Escuchando a Little Richard y Dorado Mundo. Pero no me crea nadie, por ello, supraexigente, ni dejado arrastrar por el gusto -que ya se sabe no es una categoría estética, aunque el gusto sea el resultado del conocimiento- y mucho menos tendencioso en cuanto a factores extraliterarios; nada de eso. Lo haría por la excelencia, por el virtuosismo, por la eficacia de los cuentos como cuentos en sí.


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