A pesar de
los pesares
Adrián Leiva Pérez, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - Los insistentes toques a la puerta
de mi cuarto lograron despertarme. Eran las seis de la mañana. Lo inusual
del hecho me indicaba que algo desagradable estaba a punto de ocurrir. Varias
ideas pasaron por mi mente en fracciones de segundo, desde un arresto por parte
de la policía política -posibilidad siempre presente- hasta una
desgracia familiar. Lamentablemente, esto último era lo que había
ocurrido. Mi cuñado -solos los dos- me comunicó el fallecimiento
de mi tía.
Dosificar a mi madre la noticia de la muerte de su hermana menor era mi
tarea. Comenzaba así un largo y penoso día para toda la familia.
En Cuba, la vida diaria es una odisea permanente, pero cuando la muerte toca
a las puertas de cualquier familia, además de la pérdida del ser
querido, comienza todo un complicado proceso de cosas inexplicables que agudizan
el duelo mientras dura el funeral.
Localizar a familiares, amigos y vecinos no es cosa fácil, pero los
cubanos conservamos ese sentimiento de la solidaridad en las desgracias. Y como
por arte de magia, a las pocas horas comienzan a llegar a la funeraria cuanta
persona no podíamos imaginar. Esta es una de las pocas ocasiones en que
toda la familia se reencuentra, ahora para compartir un dolor.
Pero otros sinsabores nos esperan. Los servicios funerarios, como casi todo
en Cuba, son estatales. Los directivos de esta actividad necrológica en
la capital dedican todo su empeño para lograr que el servicio que brindan
tenga la mejor calidad, pero la carencia de recursos y los bajos salarios que se
pagan conspiran contra este objetivo.
A las ocho de la mañana se ordenó el servicio de flores, pero
no fue hasta las doce del día que llegaron las primera coronas, casi
todas con flores visiblemente viejas. Más de cuatro horas, a pesar de que
la florería está ubicada a menos de cien metros de la funeraria.
Luego de indagar y de recibir las explicaciones típicas del sistema
socialista, pude conocer que en la florería de marras los trabajadores
están organizados en brigadas que laboran turnos de 24 horas, sin
merienda ni almuerzo, y reciben salarios que no rebasan en promedio los 130
pesos mensuales (apenas 5 dólares). Toda una miseria, lo que justifica su
poco interés por el trabajo.
Las funerarias, en la mayoría de los casos, no cuentan con una
iluminación adecuada, y el mantenimiento cotidiano brilla por su
ausencia. Los ataúdes son cajones de mala madera, forrados en tela gris
con herrajes de lata como complemento ornamental.
Luego de las largas horas de velorio, que abarcan entre 16 y 24 según
nuestras tradiciones, llega el momento de partir para el cementerio.
Comienza otra odisea: los taxis. Esta empresa sólo garantiza dos vehículos,
cada uno con capacidad para 3 ó 4 personas. El resto de los familiares y
amigos tienen que hacer malabares para estar presentes en el entierro. Con
suerte, en algunos casos, la empresa donde trabajaba el difunto o trabaja alguno
de sus familiares cercanos, se solidariza y presta algún vehículo
de la entidad, como muestra de respeto al trabajador.
En fin, para suerte de los cubanos, la solidaridad humana todavía no
es estatal, y se hace patente en casos como éste. Luego, al final, el
obligatorio regreso al hogar, con la conciencia de que ya nada será como
antes, y que la vida continúa a pesar de los pesares, porque mañana
será otro día.
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