Final de un
malogrado viaje
Rafael Ferro Salas, Grupo Decoro
PINAR DEL RIO, octubre (cubanet.sergipeconectado.com) - El día estaba terminando.
Los cuatro pasajeros viajaban de pie en la parte trasera del camión de
carga. Llovía y los cuatro llevaban la ropa mojada, pegada al cuerpo. Dos
mujeres y dos hombres.
Al cabo de una hora y media cesó la lluvia. Uno de los hombres miró
al cielo y dijo: "Parece que escampó". Entonces una de las
mujeres añadió: "Nos vino bien la lluvia, no había un
solo policía en la carretera".
Con una sonrisa de malicia el hombre que había hablado asintió
con la cabeza. Más tarde el camión entró en el pueblo. Era
un pueblo pequeño, pegado a la costa. El camión se detuvo y el
chofer extendió la mano para que los pasajeros pagaran por el viaje. El
hombre que no había hablado en todo el camino pagó por los cuatro.
Bajaron del camión y estuvieron en la calle, parados, hasta que el
vehículo se perdió de vista en la esquina. Caminaron despacio los
cuatro. Ya se veía el mar. Cada uno llevaba una jaba. Eran jabas grandes
y pesadas. Eso se notaba por el esfuerzo que tenían que hacer las dos
mujeres para caminar junto a los hombres.
Se detuvieron frente a una casa al otro extremo de la calle. Miraron el número
en la pared. La mujer que había hecho la reflexión sobre la lluvia
dijo: "Esa es la casa, caballeros". La otra mujer añadió
esperanzada: "Ojalá estén ahí".
Los cuatro entraron al portal de la casa. El hombre que pagó el
pasaje tocó a la puerta. Al rato le abrió una vieja que se veía
nerviosa. Apenas tuvieron tiempo para ser alertados. Un hombre vestido de policía
apareció detrás de la anciana. En menos de veinte minutos la casa
estaba llena de policías. Los cuatro se dieron cuenta de que los habían
descubierto.
Ya era medianoche y todavía estaban detenidos en la estación
de policía. Los hombres no tenían noticias de las mujeres. Las
compañeras de viaje eran sus esposas. Uno de los hombres fumaba. El otro
miraba el techo del calabozo: "Estuvimos cerca, ¿verdad?" -dijo
el que fumaba. Luego exclamó, preocupado: "¿Habrán
cogido a los que vinieron en la lancha?"
Entonces el otro dejó de mirar al techo y confesó: "No
voy a dejar de intentarlo. No pienso morirme aquí en Cuba. Si no pudo ser
en este viaje será en otro, pero un día vamos a llegar a Florida".
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