La fiesta del
pollo. Tradición y aportes
Lázaro Raúl González, I
HERRADURA, octubre (cubanet.sergipeconectado.com) - Según fuera establecido hace
ya mucho tiempo, el 10 de Octubre se celebra en Cuba el día de la
Declaración de la Independencia, el Grito de Yara. Pero no es a Céspedes
(el Padre de la Patria), ni a La Demajagua (la cuna redentora) a quienes llevan
en el pensamiento los miles de guajiros que ese día temprano en la mañana
se escabullen, más o menos sigilosos, de todos los pueblos de la Isla. En
vallas clandestinas generalmente ubicadas en la manigua, el 10 de Octubre
comienza en los campos de Cuba la tradicional fiesta del pollo: la temporada de
las peleas de gallo.
La tradición estuvo a punto de perderse. Poco después de su
ascenso al poder, el gobierno cubano concluyó que las peleas de gallos
eran nocivas para la moral comunista y de un plumazo las ilegalizó.
Importantes factores, sin embargo, lograron salvar la tradición.
Las peleas de gallos eran una costumbre demasiado añeja y enraizada
en la cultura cubana para que ningún régimen político, por
más totalitario que fuera, consiguiera suprimirlas de la conciencia
nacional. Siempre sobraron, incluso en las muy represivas décadas de 1970
y 1980, quienes desafiaran las leyes castristas. Ni las redadas policiales, ni
las multas ni los decomisos pudieron impedir que en el corazón del monte
los Pérez, los Rodríguez, los Robaina y los Martínez
echaran a pelear sus gallos.
Paradójicamente, en aquellos tiempos no sólo violaban las
leyes -y salvaban la tradición- los Pérez y los Rodríguez.
Altos funcionarios del gobierno, oficiales del ejército y la policía,
y hasta ministros y comandantes "históricos" hacían lo
mismo. Claro, estos personeros del régimen que llegado el momento reprimían
al pueblo aferrado a sus costumbres, disponían de excelentes animales e
instalaciones ocultas a la vista pública. Los de abajo se escondían
de los de arriba, mientras los de arriba se cuidaban de los de abajo. Cada cual
a su manera, en una pugna soterrada, conservaba la tradición.
Hoy -¿qué no ha cambiado un poquito en el mundo?- todo es
distinto. Si los comandantes pelean o no, ya a nadie le importa. Pero que nadie
se meta con las peleas de gallos. Si, por ejemplo, un jefe policial recién
ascendido las azora de un lugar, la gente se muda para otro. Pero las peleas de
gallos van. A fuerza de tradición -y mucho a falta de otras opciones-
cada fin de semana se organizan cientos de funciones a través de toda la
Isla. Propietarios y cuidadores de gallos, apostadores y simples aficionados
asisten masivamente a las vallas.
No sólo acude gente de las comarcas más cercanas. También
vienen de pueblos y ciudades bien distantes. A Herradura llegan galleros de Cortés,
de Guane y hasta de La Habana, distante 115 kilómetros. Junto a la
bicicleta o al caballo del lugareño suele verse algún que otro
auto procedente de algún lejano lugar.
El espectáculo de este 10 de octubre de 2002 no ha diferido mucho de
los de hace 50 ó 100 años. En el interior de la valla decenas de
hombres -y algunas mujeres- vociferan sus apuestas.
- ¡Voy cuarenta monedas al canelo!
- ¡Ochenta a cuarenta al indio!
- ¡Pago cincuenta monedas a diez al giro!
En los alrededores, tras la clásica discusión y el pesaje se
casan las peleas.
- Este pollo que pesa tres libras y cuarto no viene con el jabao.
- Y éste le lleva una onza a aquél.
Mientras se espuelan los animales, los apostadores más sagaces buscan
información sobre los próximos contendientes.
- ¿De qué gallo es hijo este pollo canelo que va a pelear ahora?
Porque este animalito tiene que ser fino, pues el gallo de los Gutiérrez
era una fiera. Voy a ponerle 40 monedas en el apunte.
Pero la emoción y las veleidades del juego pueden teñir de
traición el apunte inicial. Si la cosa no marcha como estaba prevista,
este jugador se vira y juega en contra del pollo canelo. Aunque tenga sangre del
gallo de los Gutiérrez.
En las lides de gallo esto de "taparse" es viejo. Pero el espectáculo
se está desdibujando.
Generalmente fuera de la valla, pero muy próximos a ella, han
aparecido los que buscan -o pierden- los pesos organizando otros juegos. Para
quienes lo prefieran hay partidas de baraja, siló, fañunca.
Otros obtienen sus ganancias garantizándole el "combustible"
a todos los asistentes. Bajo rústicos cobertizos se improvisan tarimas en
las que se vende de todo, desde pan con lechón y cerveza hasta embutidos
y helados. También hay ferreteros que venden jabón, cuchillos,
botones.... y chicas que proponen sus piernas y su boca.
- ¡A 50 pesos el beso... vaya, aquí estoy! ¡Y por 200 soy
toda tuya!
Con sus novedades y costumbres, por lo pronto las peleas de gallo continúan.
Con la fiesta del pollo este 10 de octubre se abrió la temporada.
Ciertamente, hoy no todos han ganado. Pero a veces hasta de un fatídico
desenlace puede obtenerse una apetitosa ganancia.
Por lo menos eso ha conseguido aquel chico descalzo, a quien el dueño
del pollo canelo le regaló el ave que le mataron ahorita. Pese a que esto
no era tradición hace unos años, el chico ha conseguido para la
cena de luego el más importante de los ingredientes. Esta noche,
alrededor de la humilde mesa familiar, y gracias a las peleas de gallos, él
tendrá su propia fiesta del pollo, desconociendo quizás que su
manjar era sangre pura de los Gutiérrez.
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