Jorge Mas Santos.
El Nuevo Herald,
febrero 2, 2003.
A mediados de 1993, mi padre, Jorge Mas Canosa, marcó el número
de teléfono del hotel en Santiago de Chile donde se hospedaba Carlos
Lage, tercero, después de Fidel y Raúl Castro, en la jerarquía
castrista y pidió por su habitación. El propio Lage salió
al teléfono, escuchando en silencio, durante varios minutos, la invitación
que mi padre le hacía a encontrar, entre cubanos de buena voluntad, una
solución a la tragedia que vive nuestro pueblo.
En otra oportunidad, hizo gestiones con el gobierno del presidente Bush,
padre, para darles garantías a Fidel y Raúl Castro de que no serían
molestados si aceptaban el asilo que, secretamente, les había ofrecido
Felipe González en España.
Más tarde, mi padre no tuvo reparos en debatir públicamente
con Ricardo Alarcón, Presidente de la Asamblea del Poder Popular,
afirmando que si este último fuera elegido Presidente de Cuba en
elecciones libres, transparentes y multipartidistas, él lo apoyaría
en su gestión.
Estas son sólo algunas de las múltiples instancias en que mi
padre, junto a los hombres y mujeres de la Fundación Nacional Cubano
Americana, se enfrentó a las críticas de los iracundos, dejando a
un lado todas las suspicacias y los resquemores, el odio y las mezquindades, sus
propios intereses y aspiraciones, en el afán de encontrarle caminos a la
Patria. Caminos de paz y bienestar donde quepan todos los cubanos, los de dentro
y los de fuera, los que primero vieron la luz y los que aún hoy
permanecen en la oscuridad.
Esa es la savia de que se nutrió mi niñez y mi juventud junto
a mis padres y sus amigos de la Fundación. Ese legado de comprensión
y pragmatismo, de firmeza y bondad, guía hoy a los hombres y mujeres de
la Fundación con la misma entereza, con la misma convicción con
que diez o veinte años atrás transitaban los corredores del
Capitolio y la Casa Blanca, el Kremlin o La Moncloa, en busca de un aliento de
esperanza para el pueblo cubano.
Porque en fin de cuentas, de eso es que se trata toda nuestra lucha. Esa es
la esencia misma de la misión que se han asignado los hombres y mujeres
de la Fundación. Devolverle al pueblo cubano la esperanza que le arrebató
el castrismo. Pero no a unos cuantos cubanos, los que están de acuerdo
con nosotros, tienen nuestra misma visión o han sufrido nuestras mismas
experiencias, sino a todos los cubanos, porque a todos el castrismo nos ha
robado algo. A unos les ha robado un familiar frente al paredón, la cárcel
o las negras aguas del Golfo. A otros sus bienes materiales, su profesión
o su futuro. A muchos su dignidad y a todos la paz.
El mensaje que hoy enviamos a los cubanos es muy sencillo: Cuba y su destino
le pertenecen a todo aquel cubano que tenga voluntad de ser libre, de despojarse
de las cadenas que le fueron impuestas y caminar hacia la luz. Ese andar debemos
emprenderlo juntos, los de dentro y los de fuera, los jóvenes y los
viejos, los intransigentes y los benevolentes. Siguiendo el ejemplo de Jorge Mas
Canosa, no tengamos miedo de hablarnos, de conversar entre cubanos. De buscar
juntos un camino de paz, de libertad y bienestar. Incluso aquéllos que
hoy persisten en el error. Para ellos, si no han manchado sus manos con la
sangre de sus hermanos, aún es tiempo.
A los únicos que debe preocuparles que conversemos entre cubanos es a
Fidel y Raúl Castro, porque el usufructo del poder del que hoy disfrutan
está garantizado sólo mientras persista la desunión y el
desaliento en el resto de los cubanos, mientras estemos dispuestos a seguir
arrastrando, en silencio, cada cual su cadena.
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