PRENSA INTERNACIONAL
Septiembre 10, 2003

Elige t�, que canto yo 6v4d5w

Nicolas Prez Diez-Argelles. El Nuevo Herald, septiembre 10, 2003.

La vida es un continuo parto de incertidumbres. Un da me levant de la cama con un mal sueo y me pregunt que cul era mi pueblo, el de la isla o el del exilio?, y me respond frente al espejo con absoluta conviccin, sin vulnerabilidades, que los dos eran mis pueblos. Para m esta tierra aparentemente extranjera me ha dado tanta proteccin y calor, que un da entend que patria no son los lmites territoriales que marcan los hombres y la historia, sino los que nos dicta nuestro propio corazn.

Sin embargo, mi nacin es Cuba. Soy un exiliado y lo ser hasta que Dios quiera. Pero sin nostalgias, y entendiendo con meridiana claridad qu soplo de viento me trajo hasta este entorno. En esta coyuntura Castro no es la cadena, es el mono. No es arco, sino flecha. Es efecto, no causa. Para mayor claridad l no es el motivo de la revolucin cubana, sino un causal activo de la misma con una gran importancia, pero prescindible; exactamente es el Frankenstein de una vieja maldicin histrica: la relacin compleja, equvoca y nica de amor versus odio entre los gobiernos de los Estados Unidos y el pueblo de Cuba.

Y teorizo con gran audacia sobre esta encrucijada. A mediados del siglo XIX, los Estados Unidos pensaron que Cuba les pertenecera sin remedio; olvidamos que la intelectualidad mambisa ms ilustre de la guerra de 1868 era anexionista? Pero sucedi lo imprevisto: a la hora 25 descubrimos nuestra nacionalidad. Y sectores yanquis nos perdieron en 1902 con un despecho tal que como en el caso del esposo engaado que sorprende a su esposa in fraganti con su amante, Washington no bot el sof, pero nos impuso la Enmienda Platt.

El ms grave de los errores de Washington con respecto a Cuba es que jams los Estados Unidos han sido capaces de comprometerse con una poltica internacional hacia la isla. Olvdense si inteligente o justa, hablo de establecer mnimas reglas del juego. Y todo siempre queda en indecisin, bamboleo sin coartadas serias.

El comienzo del desfase?, dira el da en que un annimo militar norteamericano impidi que el general Calixto Garca con sus tropas mambisas entrara en Santiago de Cuba. Y prosiguen circunstancias histricas similares, hasta llegar a cmo los Estados Unidos tan machitos, sobrados, decididos en cualquiera de sus entelequias internacionales, en cuanto llegan a La Habana pisan huevos. Les digo, es un misterio cmo Washington ha estado en los ltimos 100 aos metiendo la punta de su nariz en la isla sin atreverse nunca a meter la nariz completa. La Enmienda Platt la propusieron sin apenas ejercerla, y cuando lo hicieron, fue bajo la enorme presin de un cubano. Jugaron a tumbar al dictador Machado y nada de nada. Con Batista jugaron a la ruleta y slo sala en el tapete el cero y el doble cero. Planearon Baha de Cochinos, y le dieron luz verde a una invasin que dejaron a medias. Alebrestaron la posibilidad de que apoyaran el Escambray y la clandestinidad, y ambas operaciones, con un resultado final de miles de muertos y cientos de miles de presos, quedaron ms truncas que la Sinfona inconclusa. Es decir, interpreto las relaciones de Washington con Cuba en el ltimo siglo como un continuo acto de amor entre aliados, pero un coito interruptus, porque todo ha quedado siempre a medias, nada se ha consumado ni gestado. Unas veces pienso que por desgracia, y otras que gracias a Dios. Y es que en poltica nunca se sabe.

El ms grave de los errores de los cubanos con respecto a Washington son nuestras incongruencias, la manera inspirada pero srdida de cmo saltamos del cero al infinito en nuestras relaciones con los Estados Unidos. En un solo da, frente a ellos somos capaces de ser los orgullosos marqueses dueos de la heredad y el escudo y el castillo en la maana, y serviles lacayos al atardecer. Al yanqui, que no es tan bueno como suponemos ni tan malo como sospechamos, que simplemente va a lo suyo (y quin no?), le damos palos porque boga y palos porque no boga. Con l siempre o nos quedamos cortos o nos vamos en vicio. Y al cubano promedio, y esto es escandaloso, slo hay una cosa que le indigna ms que Washington siempre est interviniendo en nuestros asuntos internos... y es que no intervenga en ellos.

Conclusin. Lo que haga el gobierno norteamericano es su asunto y lo debemos respetar. Pero nosotros, los cubanos, no es hora de que terminemos de decidir qu rayos queremos? Podemos solicitarle a Washington con decencia, porque somos huspedes de esta casa, no propietarios, sin chantajes, diplomticamente, un trato ms humano para con los balseros y ayuda para Radio y Televisin Mart, pero hasta ah (la ayuda a la disidencia debe ser nuestra responsabilidad). Por lo dems, voy a decirles algo preocupante: los caminos con vertebracin que tenemos los exiliados para elegir con respecto al caso Cuba son tan extremos que asustan, y lo trgico es que son slo dos. El primero: pedir a grito pelado, sin complejos, que Washington nos invada la prxima semana con todos los hierros para terminar de una vez y por todas con esta pesadilla. El segundo: reconocer que Colin Powell tuvo razn cuando nos dijo de un modo mondo y lirondo que somos los cubanos quienes tenemos que resolver los problemas de Cuba: un apotegma.

Para terminar este engendro deba haber citado al Hamlet de Shakespeare, lo cual hubiera sido mucho ms clsico, universal y culto: To be or not to be... that is the question. Pero prefiero convocar decisiones sobre este tema con una frase mucho ms entraable del Beny Mor: "Elige t, que canto yo''.

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