7 de noviembre de 2007
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7 de noviembre de 2007

Hilda Jorge Olivera Castillo, Sindical Press LA HABANA, Cuba, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - Su fe debe ser inconmovible. De lo contrario estara internada en una sala de psiquiatra o con la identidad marchitndose dentro de un sarcfago. Es una mujer que resiste, pese a su debilitada salud. Simplemente aspira a reencontrarse con su hijo, abrazar a sus nietos, platicar con su nuera. Con tales anhelos, molesta, enfurece a quienes ostentan el monopolio de todas las llaves, de todos los candados. Por eso la sucesin de denegaciones a su solicitud del permiso de salida para viajar a Argentina. 675b1a

Tiene un censor implacable y vengativo, Fidel Castro. Es el autor directo de su calvario. An le quedan fuerzas para sostener la vara con que castiga, sin piedad, a una mujer que tuvo la osada de renunciar a su puesto como diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, a sus altas responsabilidades en el Centro Internacional de Restauracin Neurolgica (CIREN), del cual fue fundadora, y a la militancia en las filas del Partido Comunista (PCC).

Hilda Molina es una especialista de renombre en trasplantes de tejido cerebral. Fue pionera en esta especialidad y una de sus principales impulsoras dentro de Cuba.

Slo que en 1994 acab por concretarse la idea de romper con algo que se convirti en un lastre para su conciencia. Por qu priorizar la atencin para los extranjeros en detrimento de los nacionales? Por qu seguir siendo partcipe del fraude, la manipulacin, el clientelismo, la segregacin que subyace, fundamentalmente, en los servicios mdicos para la lite, sus familiares y los ms cercanos colaboradores?

La respuesta sell su destino. Hilda Molina y su madre son rehenes del gobierno. Dos mujeres amarradas a la voluntad de un caudillo que le dedica una dosis especial de odio. Sin llevarlas formalmente a la crcel las mantiene en un cautiverio no menos letal. Las aniquila con paciencia, las aterroriza sin la estridencia de las puertas de hierro de Manto Negro, la tenebrosa prisin para mujeres, ni la ayuda de las torturadoras que all se deleitan en su trabajo psicolgico.

Simplemente de aqu no salen. La familia, los derechos fundamentales, los sentimientos de un par de damas consumidas por una espera que ya se prolonga por 12 aos, no cuentan en esta historia. No hay perdn, ni un gesto de cordura, ni la natural caballerosidad ante los pedidos de una seora de hablar pausado, especiales dotes comunicativas y una delicadeza regalada por los ngeles.

Del portazo en plena cara, saben el presidente argentino Nstor Kirchner y el mximo responsable del ejecutivo espaol Jos Luis Rodrguez Zapatero, dos de las personalidades que han intervenido en el asunto con la idea de alguna solucin.

Ahora Roberto Quiones, el hijo de Hilda Molina, apela a la presidenta de Chile Michelle Bachelet. Hara falta que la estadista chilena hiciera todo cuanto est a su alcance para poner fin a algo tan grotesco. La seora Bachelet es tambin doctora y sufri junto a su familia los desmanes de la dictadura de Augusto Pinochet. Es decir, que los puntos coincidentes con su atribulada colega podran constituirse en vas para asegurar un compromiso de intervenir con firmeza en el asunto. No obstante, habr que esperar por una decisin donde intervendrn por un lado los intereses polticos y por el otro lo relacionado con la esfera de los sentimientos y de elementales posturas solidarias. A principios de 2006 una gestin similar result fallida. La seora Bachelet hizo mutis.

Es difcil adivinar que suceder con la peticin. En cambio, es vlido dar por sentado que Hilda no va a pedir perdn. No se arrepiente de ser una hereje. Hizo lo que consider justo y por eso le dinamitaron casi todos los puentes que llegan a su familia.

Apenas le queda el telfono, siempre a merced del nimo de sus carceleros. Qu justifica tan diablico ensaamiento?



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