5 de agosto de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Cogiendo cajita 5i205

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, agosto (cubanet.sergipeconectado.com) - Algunos pequeños cuya edad oscila entre los diez y los quince años se han dado a un  juego tan arriesgado como imprudente al que nombran “coger cajita”.

Consiste en ir agarrado de la defensa posterior de los ómnibus en movimiento; sentados o en cuclillas, sobre un objeto de  plástico que puede ser una simple plancha, un estuche de botellas de refrescos o sobre los propios zapatos de material sintético.

En situaciones normales el peligroso juego resultaría imposible. Sencillamente el objeto deslizante se derretiría al rozar con el pavimento. Pero he aquí que los muchachos lo practican cuando está lloviendo, es decir bajo un aguacero y, aprovechando que el ómnibus se mueve sobre un torrente de agua. En nuestras calles, aun en las más importantes, la tupición de los tragantes produce desbordamientos cuando llueve con alguna intensidad.

En tal caso el agua actúa como refrigerante y como lubricante al mismo tiempo, impidiendo que el objeto usado por el muchacho se caliente.

Imaginémonos en un portal resguardándonos de la lluvia y que, de pronto, la algarabía de una pandilla de muchachos enganchados en la parte posterior de una guagua en movimiento acaparase nuestra atención. Lo primero que nos vendría a la mente sería un posible frenazo o un hueco en la vía, o hasta un registro del alcantarillado destapado, lo cual no es nada extraño por acá.

Confieso que la escena es muy llamativa y sobrecogedora, en tanto el riesgo inminente nos hace pensar en el hijo o el nieto; el dolor propio reflejado en la desgracia ajena ante la posibilidad de un desenlace fatal. No se halla uno a estar indiferente ante una fatalidad previsible.

Por ello los espectadores, de manera unánime, comentan en voz alta y algunos piden a los adolescentes, a viva voz, que no prosigan con tan arriesgado entretenimiento. Pero los muchachos se hacen los desentendidos o dan respuestas obscenas y ofensivas cuyo significado, en el argot popular, resulta humillante.

A veces el chofer del ómnibus detiene el vehículo y logra que los menores se replieguen. Pero al arrancar de nuevo el racimo de muchachos vuelve a las suyas más envalentonado y orgulloso de su provocación.

Si un pasajero o el propio chofer decidieran enfrentarse a los chicos, pudieran ser apedreados. Este segmento poblacional perteneciente al “hombre nuevo” y que se le identifica en otros países como “chicos de la calle”, en Cuba tiene la característica de ser muy irreverente y agresivo. Suelen los muchachos revirárseles a los propios agentes del orden, razón por lo cual los uniformados se hacen de la vista gorda para no “complicarse la vida”. A diferencia de lo que comúnmente se argumenta, muchos de ellos son hijos de “revolucionarios” bien “integrados” al proceso político.

La agresividad de estos menores ha sido objeto de preocupación por parte de sociólogos y autoridades de la istración pública. Hasta hoy el único saldo visible es una masa de “muchachos de la calle” cada día más nutrida y violenta.

A ellos se les acredita la mayor responsabilidad en la actual ola de violencia destructiva contra los bienes públicos, fenómeno sin precedentes en la historia de nuestro país.


La cuestión suscita mayor interés por gestarse en el seno de una sociedad que, según sus promotores, promueve los más altos valores de la solidaridad humana en contraposición al capitalismo que, de acuerdo a los mismos promotores, alimenta las actitudes egoístas y rapaces.

 

 

 

 
 
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