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16 de junio de 2008

Fascinacin con Cuba

por RODOLFO A. WINDHAUSEN / Ro Negro on line

Con frecuencia la prensa sudamericana da cuenta de hechos que reflejan la ingenua fascinacin que perdura en los pases de la regin con las supuestas bondades y los logros del rgimen de Fidel Castro, a quien se sigue idolatrando, como a su ex adltere, el Che Guevara, con un fervor digno de mejor causa. No son pocos, adems, los intelectuales y artistas que siguen declarando abiertamente esa iracin con una insistencia que sucede en pocos lugares del mundo.

Vistas desde Miami las cosas tienen un color muy distinto. No por obra de la propaganda del exilio -que existe, sin duda- sino porque es ms fcil comprobar que la realidad cubana es muy distinta de esa visin romntica y superficial con la que se solazan tantos en el Cono Sur.

Me preguntaba un amigo cubano, poeta y escritor radicado en este pas desde el xodo de Mariel en 1980, refirindose a unas fotos de espanto tomadas por exiliados que han vuelto a la isla a visitar a sus familiares: "Ahora, dime: cmo es posible que un turista -o peor, un periodista, un intelectual, un artista- vaya a La Habana y slo acepte los hoteles para dlares y no vea eso?", en alusin a las imgenes de una decadencia y una pobreza acongojantes.

Los psiclogos llaman al fenmeno "percepcin selectiva": la que se usa cuando uno quiere ver o leer ciertas cosas y omitir otras deliberadamente. El argumento ms usado por quienes defienden el supuesto paraso castrista consiste en retrucar slo con los discutibles mritos de la educacin, la salud y otros aspectos de la vida bajo el rgimen.

Muy distinta es la percepcin que se tiene hablando con cubanos exiliados que cuentan las peripecias de sus parientes que se quedaron en la isla, que hoy slo pueden subsistir gracias a las remesas en dlares, a los medicamentos y hasta a las ropas o los alimentos que les envan sus familiares desde el exterior. Las historias de familias desgarradas por la dicotoma entre la realidad y los sueos son, a veces, desgarradoras. No hace falta ser demasiado perspicaz para advertir que una cosa son los embelesos romnticos y muy otra, la realidad.

Aun en un mundo intercomunicado como el nuestro -que en gran parte ha logrado escapar de la censura gracias a internet- sigue habiendo quienes se empean en no querer ver lo que es evidente: que el rgimen castrista, hecho a sangre y fuego y mantenido en el poder gracias a una frrea estructura de espionajes, delaciones y opresiones, ya no puede ocultar su decadencia y sus fracasos como antes. Poco a poco la verdad se va filtrando y las imgenes muestran que la prdica del rgimen no puede ocultar esa realidad.

Y, sin embargo, en el Cono Sur hay quienes siguen emperrados en demostrar simpatas inexplicables por el dictador cubano y sus seguidores y hasta le levantan monumentos a Guevara en la segunda ciudad argentina, de donde era oriundo, para demostrar la inexplicable persistencia del mito. Se trata, generalmente, de esos mismos seguidores que en la prensa argentina -por ejemplo- expresaron su adhesin a Castro en las visitas que hizo en los ltimos aos al Ro de la Plata.

El rgimen cubano ha explotado bien el "antiyanquismo" que padecen argentinos, uruguayos, chilenos y paraguayos por igual. La visin maniquea que divide el mundo entre villanos y "buenos muchachos" suele facilitar el simplismo irativo que perdura en los medios de comunicacin de esa regin austral. Es el mismo simplismo que lleva a los periodistas argentinos a padecer la enfermedad que yo denomino "kennedytis", consistente en seguir irando todo lo que huela a la familia Kennedy y esconder los mltiples errores de sus polticas, polticas que -para citar slo un ejemplo- pusieron al mundo al borde de una catstrofe nuclear en 1962 a raz, justamente, de la cuestin de los misiles soviticos en Cuba.

Ser acaso una confirmacin de aquella famosa sentencia del maestro Jorge Luis Borges que aseguraba que "el problema de la Argentina es que est demasiado al sur de todo lo que pasa" y que hoy podra parafrasearse aplicndola en general al Cono Sur? Es probable. Contra el hecho geopoltico de la distancia hay pocos remedios, salvo una decisin voluntaria de percibir las cosas como son y no como uno querra que fueran, lo que no se advierte mucho en la prensa sudamericana.

irar la rebelda -y practicarla, en muchos casos- suele ser un rasgo adolescente, de inmadurez, el mismo que se suele aplicar cuando se califica de "luchadores por la libertad" a los terroristas palestinos o a los asesinos de Al Qaeda, esos que merecieron el aplauso de tantos dirigentes sudamericanos cuando atentaron contra las Torres Gemelas en Nueva York en el 2001 y causaron una de las tragedias ms horrorosas del mundo contemporneo. Es la misma adoracin juvenil que se profesa a la imagen -no a la realidad- del Che Guevara, basada ms en una ingenua percepcin del mundo que en los datos concretos.

Mientras tanto, ah quedan en el camino las lgrimas silenciosas que he visto verter a tantos cubanos frente a un televisor que muestra imgenes de una Cuba que ya no existe, en las mesas de caf de la calle Ocho o en las de domin del parque Gmez en la Pequea Habana, lgrimas que tienen menos que ver con la poltica -no hay demasiados batistianos entre los cubanos exiliados de hoy- que con la acongojante situacin de un pas desgarrado por sus contradicciones y por su espantosa realidad, esa que ninguna propaganda puede ya ocultar.

RODOLFO A. WINDHAUSEN

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