Explotar 6n1xd
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, julio (cubanet.sergipeconectado.com) - En Cuba el verbo explotar se utiliza para definir el suceso mediante el cual una persona es sacada de circulación de manera intempestiva por una medida disciplinaria, o por encarcelamiento.
Ayer la noticia corrió de boca en boca: el carnicero dedicado a la venta de carne de puerco en Jaimanitas había explotado. Hace unos meses el Estado prohibió la venta de esta carne a comerciantes particulares, y construyó un kiosco junto al agro estatal, el único existente, pues la venta de viandas y vegetales también ha sido prohibida a los vendedores por cuenta propia.
Por el mostrador del nuevo kiosco tienen que pasar casi todos los habitantes del pueblo que deseen comprar carne de cerdo. Parece ser que el carnicero le cogió el gusto a ser “imprescindible”, porque comenzó a “robar a la cara”, frase que define en Cuba a los empleados descarados.
El carnicero le “sacaba la salsa” al puerco, es decir, le extraía el máximo de ganancias. Vendía la mejor carne en bisteces, a precios altos por ser carne limpia, y la grasa la despachaba aparte. También la cabeza sin la lengua y la papada, que vendía de manera independiente, como el hígado, el corazón y los pulmones. Hasta el bofe lo vendía, camuflado entre la carne.
Con la recortería también se beneficiaba, pues entremezclaba parte del pellejo con pedazos de carne. El lomo, el cogote y las costillas los negociaba a un precio rentable con relación al importe de la compra del animal en pie.
El carnicero era mago a la hora de robar en la pesa, y siempre estafaba en el vuelto al comprador, sobre todo cuando los s pagaban en divisas. Imponía una cuota de canje menor que la estipulada y ahí también sacaba ventaja. Otros de sus artificios era el encubrimiento de la carne de menor calidad dentro de la buena para venderla más cara. Duplicaba y hasta triplicaba el fraude. Incluso por la tarde, cuando ya no le quedaban sino desperdicios, vendía las patas y los huesos limpios para preparar caldos y potajes. Y las tripas las ofrecía como comida para perros.
Un día después de “explotar”, lo he visto pasar rápido por la calle. Su rostro ya no refleja el triunfo. Una nube oscura lo nubla. Lleva la mano derecha vendada, con manchas de sangre, como si se hubiese cortado.
En Cuba, a un “explote” siempre lo acompaña una reacción de esperanza y júbilo. El cambio de un funcionario o empleado corrupto funciona en la psique colectiva como una muestra de mejoría. Ahora la gente piensa que vendrá otro carnicero menos ladrón.
Cuando Felipe Pérez y Carlos Lage “explotaron”, la gente se extrañó, pero después transitaron por una fase de alborozo. Pensaron que al fin “la cosa” se movía. Luego las noticias oficiales dieron cuenta que eran unos “indignos engolosinados”, y devinieron un par de pobres diablos que merecieron la lástima de la gente. Sobre todo cuando el rumor popular atestigua que han visto al ex ministro de Relaciones exteriores Felipe Pérez donando sangre en el Comité de Defensa de la Revolución, y al ex secretario del Consejo de Ministros, Carlos Lage, subir a un ómnibus en Alta Habana. Dicen que algunas personas se pusieron de pie y le cedieron el asiento.
Carlos Valenciaga, ex jefe de despacho del comandante trabaja en la Biblioteca Nacional. Otro miembro del Buró Político también destituido, Otto Rivero, antiguo primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunista, trabaja como del parque Almendares.
El presidente del Banco Central, Francisco Soberón, no explotó textualmente porque los billetes que circulan hoy en Cuba llevan su firma, y cambiarlos exigiría un gasto innecesario. Su consigna “Ahorro o muerte”, y su protagonismo en la política monetaria que estableció un gravamen sobre el canje con el dólar, unido a que fue el artífice de las dos monedas que circulan hoy en el país, resultaron una patente de corso que le permitió abandonar la escena pública y entrar en un retiro honroso, para cumplir un viejo sueño: escribir sobre economía e investigar en el mundo de las finanzas.
Muchos dirigentes y funcionarios públicos viven con el temor a “explotar” de un momento a otro. El detonador puede ser propinar unos puñetazos sobre la mesa, como el aspaviento que armó hace poco Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro, destituido de su cargo cuando en una reunión del Ministerio de Cultura “perdió la tabla”, que es como perder la paciencia.
Otras expresiones que definen la desaparición intempestiva de un individuo del contexto social por la aplicación de una medida disciplinaria, además de “explotar” son: “salir por el techo”, “irse del parque”, “salir del aire”.
Al carnicero de Jaimanitas, por “meter tanto la mano en la masa”, se la cortaron.
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