Estatuas al por mayor 315b5w
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, julio (cubanet.sergipeconectado.com) - Las estatuas en Cuba, que cada día son más, siguen afrontando problemas. Recordemos el 11 de marzo de 1949, cuando dos infantes de marina de los Estados Unidos, contentos y con dos tragos de más, se sintieron héroes al trepar hasta lo último de la estatua de nuestro Apóstol José Martí, en el Parque Central de la capital cubana, y como hacen los varones desde pequeños para mostrar virilidad, en lo más alto de la estatua se orinó uno de ellos, mientras los policías encargados de guardar el orden público miraban indiferentes. Ni jota sabía el feliz infante a quién representaba aquella cabeza. Si alguna memoria histórica conocía, era la de su país.
De todas formas, varios cubanos, amparados en la prensa escrita, y a nombre del pueblo, utilizaron el suceso para arremeter contra el vecino del norte, y calificaron de tímidas las disculpas del embajador norteamericano y el hecho de que los marines no cumplieran 20 años de cárcel.
Hace unos días vuelve la misma estatua del Apóstol a ser motivo de quejas en la prensa oficialista, cuando una pareja de jóvenes turistas -no se sabe si extranjeros o cubanos- se sentaron tranquilamente en uno de los muros que sirve de base al monumento para conversar, según puede verse en la foto publicada en Granma el pasado 14 de abril. Por si esto fuera poco, el mismo artículo hizo referencia a “otro ultraje”, cometido en el pedestal del busto del químico francés Louis Pasteur, utilizado como pizarra por los jóvenes cubanos para divulgar el amor de una tal María.
El que escribió allí el nombre de su amada tampoco sabía que el busto pertenecía al químico, a quien debemos la pasteurización y no morirnos de rabia.
Pero la verdad es que ni los marines, ni los turistas, ni el enamorado de María podían respetar y defender lo que no conocen. Hacer respetar las elementales normas de comportamiento es tarea de los órganos de gobierno que no exigen el cumplimiento de las ordenanzas urbanas.
En cambio, mientras estas cosas ocurren, la estatua del vagabundo más famoso de Cuba, el Caballero de París, situada a las puertas de la Basílica Menor, en el municipio Habana Vieja, amanece cada día con flores en sus manos y cientos de transeúntes tocan sus dedos índices para pedirle un deseo.
Mientras, los viejos iradores de Los Beatles acuden al parque de 17 y 8, en el Vedado habanero y se comenta que se sientan a conversar con John Lennon en bronce, para contarle sus cuitas.
Otras estatuas, como la de Makarios III, Francisco de Miranda, Víctor Hugo, Pi y Margall, José Artigas, Alejandro Petion, y hasta la del mismo Omar Torrijos, de reciente creación, corren riesgos, porque son muy pocos quienes conocen su historia.
¡Ah!, pero si erigieran la figura, aún popular, de Marilyn Monroe en cualquier barrio habanero, o la de Michael Jackson, otro gallo cantaría. Nadie se atrevería a ultrajarlos.
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