Un templo al amor 605pr
Valentina Cueto
LA HABANA, Cuba, julio (cubanet.sergipeconectado.com) - Mi hija está contenta porque fue invitada a una fiesta de quince en la Casa de la Amistad. Le pregunté dónde quedaba ese lugar, y me respondió que en Paseo y 19, en el Vedado. El abuelo salió de su mutismo para afirmar:
-Esa es la mansión de los Baró.
-¿La mansión de quién? Papá, allí no vive nadie, es una institución social.
Papá tenía razón: Juan Pedro Baró y Catalina Lasa fueron los primeros propietarios de la bella mansión. Y nos relató la vida y milagros de esta familia distinguida de la burguesía cubana en los albores del pasado siglo.
El señor Baró, comerciante español que hizo fortuna en Cuba, quedó prendado una hermosa dama de la Isla: Catalina Lasa. La mujer también se sintió atraída por el peninsular, aunque estaba casada con un personaje vinculado a los círculos de poder: Luis Estévez.
Catalina Lasa fue la primera mujer cubana que obtuvo el divorcio; su matrimonio religioso fue anulado por el Vaticano. A su debido tiempo se casó en segundas nupcias con Juan Pedro Baró. Aunque la mayor parte de su vida de casados transcurrió en Europa, el matrimonio Lasa-Baró construyó un costoso nido de amor donde pasar sus vacaciones en Cuba: ese lugar es hoy la Casa de la Amistad.
La construcción fue un despliegue de virtuosismo constructivo para la época y un monumento de la arquitectura cubana, además de atesorar una bella historia de amor nada envidiable al clásico Romeo y Julieta.
Decorado al estilo Art-Decó, utilizando materiales traídos de lugares tan exóticos como Egipto y las canteras de Carrara, la mansión de los Baró escondía bajo su aspecto de sencillez y sobriedad, el más fantástico lujo; sencillamente porque Catalina era una dama de sensibilidad artística exquisita, enemiga de las estridencias propias de los nuevos ricos; y porque tan poderoso como enamorado esposo contaba con los recursos necesarios para satisfacer sus más delicados antojos: era el templo al amor.
A Catalina le cupo la distinción de bautizar con su nombre una hermosa rosa obtenida mediante cruzamientos. Así eran los regalos con que su devoto esposo solía agasajarla.
Pero no siempre el dinero compra felicidad y el llamado del cielo llegó temprano a la mansión.
Adolorido por la muerte de su amada, el señor Baró le rindió póstumo homenaje construyendo una capilla funeraria única en el cementerio Colón. De mármol blanco, a través de las piezas de Lalique que adornan su cúpula, los rayos solares reflejan cada día sobre la lápida de Catalina la imagen de la flor que lleva su nombre. Los restos de Juan Pedro Baró reposan junto a su esposa. Arquitectura, rosa y amor se funden en una de las historias más comentadas en La Habana de entonces.
-Abuelo, parece un cuento de hadas –comentó mi hija.
Mi padre se limitó a decir:
-Entonces, mi nieta, en Cuba existieron las hadas.
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