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¿Es reformable el socialismo cubano?

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press 615w6k

LA HABANA, Cuba, agosto (cubanet.sergipeconectado.com) - Las verdaderas reformas en Cuba se mantienen  en el horizonte. En vez de incentivar un plan integral y dinámico de cambios, se insiste en la superficialidad y el apego a otras gestiones que definen la voluntad de una clase política en evitar el desplazamiento hacia un socialismo despojado de retórica, moderno y funcional.

Lo anunciado por Raúl Castro durante en la Asamblea Nacional del Poder Popular, confirma la tendencia del régimen a preservar los principales pilares de una alicaída institucionalidad, en detrimento de un programa donde estén contempladas medidas que combinen la paulatina descentralización económica con el consecuente aumento de las más importantes libertades ciudadanas.

Quiénes pronosticaban un discurso trascendental en cuanto a la notificación de disposiciones relacionadas con un claro movimiento en dirección a los prometidos cambios estructurales, quedaron defraudados.

Al repasar el discurso del Presidente, se llega a la conclusión de que las posibilidades de rebasar el marco de la utilidad mediática para dar pasos en el terreno del pragmatismo, son nulas al menos a corto y mediano plazo. Crear falsas expectativas, podría ser uno de los fundamentos de un plan diseñado para ganar tiempo sin proceder a un desmontaje, tan siquiera parcial, del sistema.

Decir que la reciente aprobación de la Ley modificativa de la actual división político istrativa y el Código de Seguridad Vial, representan el despunte de un programa de reformas, sería muy ingenuo, al alimentar esperanzas bien distantes de la objetividad, al provenir de un contexto marcado por las complejidades y la voluntad de una élite de continuar sobre sus anquilosadas bases ideológicas.

Respecto al incremento de las licencias para ejercer los llamados trabajos por cuenta propia, con el fin de compensar los masivos despidos laborales, que afectarían a más de un millón de trabajadores en los próximos años, junto a la aplicación de un régimen tributario para quienes opten por ganarse la vida por medio de esta actividad, habría que observar los detalles alrededor de tal propuesta.

Sin medidas complementarias, y sin crear un clima favorable en el orden psicosocial y político, es imposible pensar en el éxito de este paso, que califico como un movimiento táctico para de alguna manera atenuar las dificultades que se avecinan, por medio de concesiones mínimas que no pongan en peligro la supervivencia de la nomenclatura. 

En el año 1994, a raíz del recrudecimiento de la crisis económica, la aprobación del trabajo por cuenta propia no representó un avance en el camino del mejoramiento del nivel de vida de algunos sectores de la población, ni tampoco un salto en los parámetros de eficiencia y productividad del trabajo.

Con las desproporcionadas tasas tributarias y la inexistencia de un mercado que facilite la adquisición, a precios módicos, de los productos necesarios para lograr la rentabilidad en los respectivos negocios particulares, entre otros entorpecimientos, la mayoría de los esfuerzos terminaron en un gran fiasco.

Corrupción, alta cifra de inspectores sobornables y el aumento de las transacciones en el mercado negro, al tratar de obtener a menores precios las mercaderías imprescindibles para lograr una armonía entre inversión, precios al consumidor y ganancias, determinaron el abandono masivo de esta alternativa laboral por propia voluntad, o a través de una orden de clausura expedida por las autoridades estatales que supervisaban este tipo de labor.

Parece que se repetirá  la fórmula de antaño. En esencia, la mentalidad de la élite totalitaria no ha cambiado. Ese lastre es suficiente para estimar que no habrá sorpresas en cuanto al advenimiento de un proceso reformista, sostenido y profundo, encabezado por el gobierno de Raúl Castro.

Los verdaderos cambios deberán esperar por otros protagonistas, casi seguro fuera o en los márgenes de una gerontocracia anclada en sus viejas costumbres conservadoras.

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