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Mi primera sangre  

Oscar Sánchez Madan  725yt

MATANZAS, Cuba, agosto (cubanet.sergipeconectado.com) – Comenzaba el mes de agosto de 2002. Los de la emergente sociedad civil cubana nos disponíamos a recordar la multitudinaria protesta de la población de La Habana el 5 de agosto de 1994, en contra del régimen castrista, conocida como Maleconazo.  

Para impedir los actos públicos no violentos que íbamos a realizar a lo largo y ancho del país, la policía política organizó un gigantesco operativo. Los comisarios de la dictadura se mostraban temerosos, la situación económica, política y social del país era precaria, el régimen había perdido los subsidios financieros y el apoyo político de las ex repúblicas comunistas de Europa oriental. El sistema estalinista se había desplomado en casi todo el mundo. 

Tres días antes de la fecha que habíamos previsto para tomar las calles, se presentaron en mi vivienda, en el poblado de Sidra, los agentes de Seguridad del Estado Alescay Balido, Alberto Sergio González y Gonzalo Alfonzo Díaz. Roger Silveira, reconocido paramilitar, directivo de la Empresa Provincial de Farmacias y  Ópticas de Matanzas, los acompañaba.

Como era de esperar, me detuvieron, o más bien, me secuestraron, pues no me condujeron la Estación de policía, sino que, para no dejar evidencias del secuestro, me llevaron en un auto hacia una entidad del Ministerio de Agricultura; allí me encerraron en una habitación, sin luz eléctrica. 

Los oficiales Valido, Sergio y otro que apareció después, cuyo nombre desconocía, se mantuvieron dentro de la habitación, custodiándome. Los 3 estaban armados, y en la noche del segundo día, se aparecieron en la habitación dos agentes, uno de los cuales era Alberto, bien conocido por su brutalidad. Cuando intentó interrogarme, les dije que ellos eran los asesinos de mi padre.  

Un foco me encandilaba, y por eso no pude reaccionar cuando el policía, entrenado en artes marciales, me propinó un puñetazo en el estómago, derribándome. Después de unos segundos me recobré de agresión, me levanté y caminé  hacia el militar. Entonces, sacando fuerzas no sé de donde, le dije: "Pueden asesinarme pero aún desde el sepulcro continuaré batallando contra el totalitarismo estalinista de los Castro". 

Ya en libertad, acudí al médico por el dolor que sentía debido al golpe que me propinaron. Una doctora indicó que me realizaran análisis de sangre y orina para averiguar por qué mi orina era amarillo oscuro.  

Horas después me entregaron los resultados. El puñetazo me provocó hematuria. Le pregunté a la doctora el significado de la desconocida palabra y me explicó que habían detectado pequeñas partículas de sangre en la orina, producto del golpe.  

Cuando abandoné el hospital estaba animado; aunque muy poca, era la primera sangre que derramaba en la lucha contra la dictadura castrista. 





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