Septiembre 28, 2001 64154y
Eufemismos y temores: el habla hecha prisión
Víctor M. Domínguez, Lux InfoPress
LA HABANA, septiembre - La posibilidad de usar el lenguaje para
interrelacionarse, atacar, protegerse, mentir o decir la verdad, en fin,
manipular la existencia cotidiana de acuerdo a nuestros intereses, ha degenerado
en códigos comunicacionales sólo comprensibles para los iniciados
en la práctica, que lesiona valores universales y otros atributos que van
más allá del empleo de las palabras.
Si bien este uso utilitario del lenguaje tiene puntos de coincidencia con el
concepto de Jean Paul Sartre cuando escribió que el lenguaje "es
nuestro caparazón y nuestras antenas; nos protege de los demás y
nos dice qué son; es una prolongación de nuestros sentidos",
porque "estamos en el lenguaje como en nuestro cuerpo", el uso
indebido de la comunicación oral provoca desviaciones que a la postre
resultan una señal inequívoca de temor frente a la verdad.
Sin acudir a preceptos y conceptualizaciones que dictan los tratados
sociolingüísticos de que el lenguaje particular se establece de
manera legítima, es adquirido por otros, impuesto a otros, y reproducido
como forma de uso dominante, hablemos del lenguaje desde su alcance semántico
y a la vez limitador en el habla popular cubana.
La imposición de eufemismos como "período especial",
"batalla de ideas", "extracción", para definir la
crisis económica galopante, el adoctrinamiento ideológico de las
masas, y el desalojo de las personas que habitan ilegalmente un inmueble, por sólo
citar algunos ejemplos; así como los términos peyorativos de "fiana",
"jara", "monada", para identificar a los carros patrulleros;
o las expresiones comparativas de "gallina", "pestillo", "cohete",
para calificar a la mujer con promiscuas relaciones sexuales, son parte del código
que oculta y delimita la verdadera intención del hablante.
En el primer caso, el poder dicta las pautas del lenguaje a emplear en toda
la nación para restar importancia al hecho o suceso que atente contra su
credibilidad y antidemocrática acción, y en el habla popular da
coordenadas que matizan la importancia del objeto o persona que puede hacerles
daño en represalia al agravio inflingido por el hablante.
Esta interrelación entre el habla del poder y la popular va creando
zonas donde las claves comunicacionales se hacen más intrincadas y sólo
aptas para los iniciados, que por temor a expresiones claras que puedan
comprometerlo judicialmente o en el seno de la sociedad, los convierte en
prisioneros de sí mismos.
La palabra, escondida en el lenguaje tropológico que pretende sortear
la realidad con expresiones que no le develen tal y como es, sólo tiene
libertad en el pensamiento, pues sale disfrazada de humorismo y apotegma cuando
a través del hablante oculta su verdadera intención al pronunciar "esto
está de chúpame y déjame el cabo" para definir la caótica
situación que atraviesa el país; o "éramos muchos y
parió Catana", cuando alguien se viene a sumar al proyecto que
consideran con suficientes integrantes.
Este aparente gracejo popular no deja de tener su cuota de temor y
ocultamiento, cada vez que el individuo, al ser requerido para realizar una
tarea que le degrada, utiliza la expresión "ahora sí le cayó
comején al piano" como conceptualización de lo que se echó
a perder.
Estas artimañas en el lenguaje, viva expresión del carácter
jocoso del cubano promedio, si bien causan distensión a la hora de
enfocar un problema de envergadura, también insensibiliza zonas del habla
que por su poco uso van quedando mutiladas.
Expresarse de acuerdo al argot del gremio a que se pertenece o al grupo
generacional en que la persona se desenvuelve, si bien identifica a los
hablantes y les crea el ambiente propicio para la comunicación, no hay
duda que limita la capacidad de proyección más allá de su
grupo y entorno.
Hablar en cada momento lo que se requiere y en los términos que se
requiere es la garantía para no convertirse, por la exclusión del
vocabulario que sin rebuscamiento no linde con lo populachero, en prisioneros de
la palabra cuando el sujeto hablante dice: "Monina, la temba jaló
por un timbre, y tuve que jalar tremendo tacón hasta la rufa que mi
ecobio enganchó con cien toletes".
¿Falta claridad o sobra oscuridad en el lenguaje?
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