Noviembre 16, 2001 5l72e
Payasos en la feria del dólar
Víctor M. Domínguez, Lux InfoPress
LA HABANA, noviembre (cubanet.sergipeconectado.com) - El comportamiento de numerosos
artistas cubanos vinculados al turismo internacional resulta denigrante. El
marcado servilismo para satisfacer el ego de los visitantes no sólo
atenta contra la autenticidad del arte cubano, sino que también adultera
su esencia.
Amparados en una supuesta batalla para impedir la globalización y el
carácter banalizador del mercado, muchos artistas del patio -sin
renunciar a la promoción internacional ni al dinero que generan ambos
conceptos- se aprestan a vender un producto artístico emparentado con
practicas tribales, por su bajo nivel.
Cantos y danzas a Oggún, Shangó y Obbatalá, que si bien
representan una parte indispensable del folklor, no constituyen lo más
distintivo de la tradición cubana, son mostradas seudoartísticamente
para el supuesto deleite de los extranjeros.
Un bembé donde un bailarín arranca de una dentellada la cabeza
de un gallo, se bebe la sangre e invita al, muchas veces asqueado, espectador a
que lo imite, constituye uno de los platos favoritos del cubanísimo
espectáculo.
Por otra parte, un piquete de músicos en busca de la anhelada propina
en dólares a cualquier precio hace gala de la poliglotomanía
barata que marca a miles de cubanos en estos tiempos, la emprenden contra la música,
el oído y el idioma, en el intento de interpretar "Aquellos ojos
verdes" hasta en japonés, para supuestamente tocar la sensibilidad
de un anodino samurai contemporáneo que consume un mojito mientras
cabecea de sueño.
Observar cómo en diferentes centros recreativos del país los músicos,
junto al personal de servicios y los istrativos, deambulan de un lado a
otro en espera del arribo del turista extranjero para ofrecerle un recibimiento
estentóreo, es un hecho penoso.
Armados de cencerros, una tumbadora y dos o tres bailarinas de movimientos
ciclónicos, a la voz de "ahí están" les parten
para arriba a los asustados turistas, quienes aún sin descender de los ómnibus
refrigerados son envueltos en un remolino humano cuyo vórtice, la conga,
pretende desentumecer sus europeos y descubanizados huesos sin importar la hora
de la madrugada, ni si es en Villa Mégano, Los Pinos o Jibacoa.
Transmitir el mensaje de que nuestras raíces sólo están
conformadas por la música afrocubana y el son pendenciero, así
como pretender cantarle a un alemán el "Himno a la alegría"
con timbal y requinto a cuatro voces, o a un francés "La vida en
rosa" en tiempo de sucu-sucu es un insulto a los demás componentes
de nuestra identidad artística cultural y un ladrillazo en la
sensibilidad de Beethoven y Edit Piaf.
Nosotros tenemos "El Manicero" de Moisés Simon, "La
Guantanamera" de Joseíto Fernández y la "Amorosa Guajira"
de González Allué que, como símbolos paradigmáticos
de la música cubana, son entonados en cualquier parte del mundo sin
necesidad de traducirlos al chino ni al inglés, ni adaptarlos al Bossa
Nova, El Ballenato ó el Rock and Roll.
Lo auténtico no necesita disfraz para imponerse. Y pretender hacerlo
con el arte para complacer al extranjero, representa un acto de autocolonización
cultural.
Banalizar nuestro arte, convertirlo en entrega ominosa cuando debe ser
ejemplo de calidad y cubanía más allá de intereses
monetarios, dogmas y preceptos ideológicos, es darle la razón a
quienes intentan separar a los cubanos de su esencia unívoca.
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