junio 12, 2025 1k2c6i

La sal de la muerte 9v6p

En este país rodeado de agua de mar por todas partes, no tienes sal y compras lo que sea que te venda, sin miramientos, y mueres.
La sal de la muerte
(Ilustración generada con IA)

LA HABANA, Cuba. – ¿Quién no mencionó, al menos una vez, a esa sal que es parte de la vida? ¿Quién no cató sus granos leves con la punta de algún dedo para llevarlo hasta la punta de la lengua? Y es que la sal tiene grandes resonancias; la sal de la vida tiene repercusiones a montón. La sal, hay quien dice, es la vida, y que nos da más vida, y tanto es así que salimos a buscarla cuando se pierde. 6n6p9

La sal de la vida es todo lo que es bueno, y lo que es buenísimo; la sal de la vida es el amor y el encuentro de los amantes que se desnudan para juntar los cuerpos y vivir la vida, para hacer la vida en medio de las más tiernas desnudeces. La sal es el saber y es el goce. La sal es, incluso, resurrección.

La sal de la vida son los saberes, y está también en los sabores que ella fija, en los sabores que mejora. La sal es ese granulado finísimo y muy blanco que del mar saliera y es es esencial. La sal es mucho más que unos granos leves que atrapamos entre dos dedos para esparcirla, y con la punta de dos dedos, sobre algunas comidas, incluso sobre la suavidad de los sabores de algunas frutas. Una guayaba se hace más rica si le añades una pizquita de sal.

La sal es la vida, y tiene en la cocina sus más grandes resonancias, y mucho más cuando desaparece, porque no viene a la bodega ni se encuentra en las mipymes, porque desapareció, también, de los centros espirituales, y entonces no te queda otro remedio que comer los frijoles “desabridos”. Y la sal se ha perdido en Cuba. Ya no está en el salero que movemos para que salga el granulado, cuando le dices: “¡Sal de ahí!

La sal se ha perdido, ya no la ves en el salero que mueves, que hueles, y hace que todo reverbere dentro de ti, y otra vez pones los ojos en el salero, y le dices más fuerte aún “Sal de ahí”, y todo reverbera dentro de ti, y llenas de maldiciones las cazuelas y abominas al gobierno que es el único culpable, incluso, de la desaparición de la sal que soñaste dejar caer al huevo, a la guayaba.

Agitas el salero; una vez, dos, muchas, pero no sale la sal, y le gritas al blanco granulado que supones “Sal de ahí”, pero nada sale de sal para poner al huevo, y agitas el salero, y gritas alto “Sal de ahí”, pero no sale nada, y mucho menos sal.

Y entonces buscas en la calle, a pescarla en el mar si fuera preciso, y haces ofrecimientos; la compras, la cambias si fuera preciso, ofreces cualquier cosa por una mirringa de sal, porque para desabrido ya es suficiente con el comunismo. Y no te queda otra opción que seguir buscando y tocas a otra puerta, y luego a otra, y una vecina sonríe socarrona y te dice que si consigues le des una mirringa.

Y gritas una y otra vez, mientras bates la vasija, y gritas, imperativo, y sin esperanzas “Sal de ahí”. Y no hay sal, no hay sal en este país rodeado de agua salada por todas partes. Y no aparece ni siquiera el más leve de entre todos los granos de sal que deberían juntarse con las especias, que también son escasas y de aromas leves. No hay sal en ningún sitio y, como si fuera poco, te enteras de una desgracia. Alguien te hace saber que tres de una misma familia se intoxicaron por la ingestión de alimentos que fueron cocinados con sal de nitro.

Dos de los intoxicados, una mujer de 25 años, y una niña de cinco años de edad, murieron en el Policlínico “Andrés Ortiz” de Guanabacoa, y también enfermó un hombre de la misma familia. Otras dos personas están recibiendo atención médica en hospitales de la capital.

En este país rodeado de agua de mar por todas partes, no consigues ni un granito de sal para que la comida se haga tolerable, comible; no tienes ni un simple grano, y compras lo que te venden, sin miramientos, porque tu familia tiene hambre, y la sal es esencial, y por ella mueres.

Y el mar debió encogerse un poco. El mar, ese de las tantas utilidades, debió llorar porque un gobierno desaprovecha sus recursos, sus atributos. Y pensamos otra vez en el en el Virgilio Piñera que nos hiciera notar nuestra “maldita circunstancia del agua por todas partes”, en todos los rincones de esta isla, donde desaparece la sal y por eso mueren cubanos que, desesperados, confunden la sal de la vida con la sal de la muerte. Y eso es Cuba ahora mismo.

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Jorge Ángel Pérez 5o24b

Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.

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