junio 14, 2025 r5ui

Libros a la basura… en el país más culto del mundo 5i6f5o

Es tan contradictorio que un país que presume de tener una "fabulosa" industria editorial termine poniendo a mal resguardo, en un contenedor de basura, un montón de libros.
Libros tirados a la basura en La Habana
Libros tirados a la basura en La Habana (Foto: Cortesía)

LA HABANA, Cuba. – La censura de libros es cosa grande, y también vieja, pero aun así creo que es buenísimo insistir en su existencia, hacerla notar mientras se pueda. Y aunque sea vieja la censura se encuentran siempre maneras renovadas de hacer tales estropicios. Y la vieja y grandísima censura que sigue haciendo estragos, aunque no se le llame de esa forma, aunque hoy solo sea “un bulto de libros con polillas que nadie lee”. 2n3lf

Y habría que recordar esos escrutinios para entender esos desprecios. Habría que mencionar, y sobre todo no olvidar, aquel “Índice de Libros Prohibidos” que se hiciera publicar hace años, cientos…

En aquellas listas se incluían aquellos libros que, según las consideraciones de la Iglesia, eran heréticos e inmorales. En el “Índice” aparecieron los títulos que no podrían ser publicados de ninguna manera. La lista fue fijada por un obispo, pero primero estuvo bajo la vigilancia de Enrique VIII en fecha tan lejana como 1529.

Y tanta sería la importancia que se le otorgara al referido índice que hasta se fundó “La Sagrada Constitución del Índice”, que no se desestimaría hasta el año 1966. Y esas piras, esas inquisiciones se han seguido gestando en muchas partes del mundo. Y a la vanguardia de tales índices estuvieron los rusos y otros comunistas europeos; y no son pocos los que, sin remilgos, siguen los pasos de aquellos censores comunistas.

Cuba, que llegaría algo más tarde al “comunismo”, reconoció también la importancia de tales reprimendas para conseguir la sobrevida del socialismo en la Isla. En Cuba, tras aquel fatídico 1959, se leyó lo que al partido de Fidel Castro le dio la gana, lo que al Savonarola en jefe le pareció mejor.

Y uno de los más fieles abanderados de la censura comunista cubana sería el argentino Ernesto Guevara, y también otros, pero aquel asmático que nos llegara desde el sur, la ejerció en grande, convirtiéndose en una especie otro Savonarola, un segundón del adalid en jefe. El enfermo de Rosario adoró la censura y todo tipo de castigos. El argentino no disimulaba sus reprobaciones y hacía censuras, incluso, cuando estaba de viaje.

Y una prueba de ello ocurrió en Túnez y en la embajada cubana en ese país. En Túnez, sobre el buró del embajador Walterio Carbonell, encontró Guevara un tomito de Virgilio Piñera, y tal detalle provocó su ira, una de las más grandes perretas de aquel argentino del que se dijo siempre que odiaba el aseo profundo.

Con el libro en la mano y golpeando el buró del embajador, preguntaba el argentino quién leía allí a aquel “maricón”. Walterio Carbonell contaría luego, en repetidas ocasiones, la perreta del argentino cuando descubrió un libro de Virgilio. “¿Quién lee aquí a ese maricón?”. Así chillaría descompuesto el asmático rosarino para luego lanzar al aire, y a través de una ventana, el tomito.

Y todo eso he recordado hoy tras mirar la imagen que me envió una amiga, y en la que aparece un contenedor de basura muy bien cerrado y, junto a la base del contenedor, unas breves pilitas de libros. El contenedor, me dijeron, estuvo repleto de libros, pero muy pronto fue avisado un “librero” que cargó con todo cuánto pudo”.

Y solo quedarían sobre el suelo unos tomitos que luego hice míos. Yo cargué con una edición sa de Viaje al centro de la noche, de Celine, en un francés que me será imposible leer a pesar de mi ya lejano paso por la Alianza sa. Y traje también conmigo algunos libros, los que no sucumbieron al escrutinio.

Yo alcancé a tomar un tomito de las obras completas de Petronio, unos relatos de Felisberto Hernández que ya tenía, el Tratado de la reforma del entendimiento, de Spinoza, Elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam. Yo tomé aquellos libros que quedaran marginados, yo tomé los que no se llevó el librero.

Yo cargué con esos ejemplares que quedaron relegados. Y es muy triste mirar a un libro en su abandono. Es triste mirar a un libro, sabichoso y viejo, tirado en la calle y víctima de malas lecturas. Y quizá sea la mala lectura que impera en esta Isla la culpable de esos abandonos, pero la suerte de esos libros transitaron del abandono al peor desprecio, hasta que hice míos algunos de ellos.

Nadie de los que por allí transitaba se inclinó un poco para indagar en sus títulos, solo el librero que llegó antes que yo se puso a hurgar y cargó con lo que le pareció vendible, redituable. El librero no se apiadó de los libros, el librero pensó en el dinerito, sin dudas breve, que podría sacarles a aquellos desechados.

Y la razón de esos abandonos, del desinterés, podría ser culpa de la mala lectura que asiste a tantísimos cubanos a los que Castro suponía muy cultos. La razón de tales abandonos podría estar explicada en ese famoso Mapa de la mala lectura, de Harold Bloom, que explica, todo cuanto puede, el canon literario y la lectura de ese lector al que él llama el lector individual.

Y no sé de dónde salieron esos “desechados”. No he sabido, al menos hasta hoy, quién dio la orden de ponerlos, tirarlos, a la basura. ¿Acaso de una biblioteca pública? ¿Acaso de la muy cercana Ciudad Deportiva? Desconozco las razones de tanto desastre, desconozco las razones de tal vandalismo en el país que Castro considerara el más culto de todos.

¿Quién se atrevió a hacer esa especie de escrutinio? ¿Acaso fue culpa del “escrutinio de alguna librería” a la manera de Cervantes, a la manera del Quijote? ¿Qué otros libros quedaron a merced de lluvias y ciclones? ¿Qué criterios llevaron a tanto desprecio en un “país tan culto”?

¿Acaso un nuevo Che Guevara? ¿Un Fidel vibrando sobre la podredumbre de una caterva de libros? ¿Quién decidió el abandono? ¿Cuál funcionario público se deshizo de esos tomitos que traje luego conmigo? Yo encontré a una Galatea abandonada y la traje conmigo.

¿Quién puede decidir el fin de un libro? Es tan contradictorio que un país que presume de tener una “fabulosa” industria editorial termine poniendo a mal resguardo, en un contenedor de basura, un montón de libros. Es contraproducente que un país que dedica bombos y platillos a sus ferias decida que el lugar de algunos tomos es un contenedor de basura y no el librero.

¿Cuáles ojos, cuales manos llevaron a esos libros a la pira? ¿Será culpa de las filípicas de Fidel Castro? ¿Es culpa del hombre que decidiera, hace ya mucho, qué cosas podíamos leer y cuáles no? ¿Qué libros pasaron esta vez por el escrutinio sin problemas? ¿Cuáles quedaron en el camino? En la basura, entre los libros que no alcancé a mirar pudo estar El Quijote, ese con el que Fidel Castro inaugurara la imprenta nacional.

¿Qué criterio, que autoridad, nos lleva a proteger o desechar a un libro? ¿Por qué preservamos un libro? ¿Qué criterios nos hacen salvar a un libro previamente desechado, abandonado en medio de la podredumbre de un tanque de basura? ¿Reconocer a un “gran autor” es suficiente? ¿Qué temas son buenos y cuáles son los malos? ¿Quién puede decidir la muerte de un libro? ¿Quién puede decidir la vida de un libro?

¿Qué criterios podrían llevar a Cervantes a habitar en un tanque de basura? ¿Quién puede desterrar a Shakespeare a la podredumbre de un contenedor? ¿Quién hace qué Virgilio Piñera, Lezama Lima o el rojo Carpentier se pudran en una enorme cajón plástico que se levanté en algún rincón de esta ínsula “tan culta”?  

ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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Jorge Ángel Pérez 5o24b

Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.

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