junio 9, 2025 342m35

Los ‘rusos’ de ayer y la ‘rusificación’ de hoy  lr2e

Incluso en la época en que supuestamente llegaba el dinero por tubería desde la Unión Soviética, las tiendas estaban desabastecidas y el contrabando absorbía la totalidad de los bajos salarios
Rusificación, Cuba-Rusia, Rusos en Cuba
(Foto del autor)

LA HABANA, Cuba. – Alguna vez, después de los años 70, el Reparto Eléctrico, en las afueras de La Habana, fue convertido en una comunidad de militares dividida entre efectivos cubanos y asesores soviéticos. Los primeros ocupaban la mayoría de los edificios mientras que los segundos vivían al interior de un pequeño recinto cercado, con los únicos s vigilados por un par de garitas.   2rft

Ese modelo de ciudadela “mixta” también existió en otros lugares de Cuba, pero especialmente en La Habana abundaron (en Alamar, en Boyeros y en la Lisa, por ejemplo) hasta que a finales de los años 80 comenzaron a “desvirtuarse” y a “desintegrarse”, primero con el arribo de familias de civiles que llegaban a ocupar nuevas construcciones —e incluso los viejos apartamentos de los militares de mayor rango que, por esas fechas, se habían mudado a mejores lugares—, y después con la caída de la Unión Soviética y el retiro definitivo de las tropas “rusas”. 

Sin embargo, la gente del Reparto Eléctrico, aún en los años 70 y 80, nombraba como “los rusos” —o también como “los bolos”— a esos militares soviéticos, entre los que eran mayoría los ucranianos. Por tal motivo, siempre que alguno de nosotros los llamaba “rusos” nos rectificaban, con evidente enojo, que eran de Ucrania y no de Rusia. No obstante, el enfado no pasaba a mayores, sobre todo porque entre ellos y nuestros padres más que una relación entre colegas de verde olivo en realidad existía una peculiar “relación comercial” de mercado subterráneo, basada en el trueque de mercancías. 

Un mercado informal que funcionaba a toda hora, entre la parte cubana del Reparto Eléctrico y la comunidad soviética al interior del recinto custodiado, pero que se tornaba más intenso por las noches, y hasta la madrugada, cuando la vigilancia cedía al soborno o al cansancio, y dejaba pasar a los cubanos siempre que lo hicieran de modo discreto (incluso se apagaban algunas luces del alumbrado público para propiciar un “buen ambiente” de discreción).

Tan generalizado, concurrido y próspero llegó a estar ese contrabando, que los edificios de “los rusos” funcionaron como una especie de centro comercial por departamentos donde se podía tocar a la puerta de cualquiera, al azar, para preguntar por perfumes, zapatos, caramelos y electrodomésticos, pero sobre todo por cintas para el pelo, telas, abrigos y ropa interior, que por aquel entonces era dónde único se podían comprar por cantidades sin tener que usar los cupones del Ministerio de Comercio Interior (MINCIN) con que se controlaban esos productos. Los militares siempre recibieron un poco más que los civiles, en tanto regularmente tenían las llamadas “asignaciones” del denominado “comercio militar”. 

Todos sacaban provecho de aquel mercadillo nocturno, pero era a los rusos a quienes mejor les iba en esa aventura que funcionó como curioso precedente del fenómeno de las “mulas”. Un par de zapatos importado podía llegar a costar entre 80 y 100 pesos (cuando esa cantidad representaba por aquella época entre el 50 y el 100% de un salario mensual) mientras que un pantalón de mezclilla doblaba en dos y tres veces ese precio.  

Pero junto con los rusos —en las zonas donde vivían— en el contrabando también estaban (y continúan estando) los de la Marina Mercante, los pilotos y aeromozas de vuelos internacionales, y hasta los diplomáticos cubanos, todos a la cabeza de ese vetusto mercado informal donde siempre y por obligación han transcurrido nuestras vidas en Cuba, con “ordenamiento” o sin él, en tanto la CRISIS (así en mayúsculas) no es asunto de la pos-pandemia ni del embargo, ni de esto ni de aquello, sino parte esencial del sistema, de su discurso. Es que solo las crisis justifican ineptitudes, corrupciones, represiones y todo lo demás que viene integrado al “paquete” (al “combo”) del socialismo.

He traído el ejemplo de los militares-contrabandistas soviéticos porque, ahora que algunos se aferran al mito de las bondades de una “rusificación 2.0”, como solución o salida de este capítulo de la crisis, es saludable recordar que en aquella época que algunos desmemoriados recuerdan como “dorada”, y en la que supuestamente de la Unión Soviética llegaba el dinero por tuberías, las tiendas estaban desabastecidas y el contrabando absorbía la totalidad de los bajos salarios, tal como aún sucede. Nunca hubo ni habrá prosperidad en Cuba, no mientras permanezca intacto el viejo sistema.

He visto por estos días, mientras caminaba por el Reparto Eléctrico, un camión ruso de carga, perteneciente al MINCIN, que tenía dibujado en uno de sus lados el símbolo de los comunistas soviéticos —vaya ironía que hay en ese contraste— y eso también me hizo regresar a aquellos tiempos de “mercadeo furtivo” entre militares “bolos” y cubanos, pero igual me hizo reparar en que la rusificación anunciada a bombo y platillo hace apenas unos meses atrás ya va demorando demasiado, quizás porque ya no se concretará; quizás porque algunos soldados de ayer, hoy viejos coroneles y generales, han recobrado la memoria de cuando en “tiempos de abundancia”, a escondidas y en la noche, tocaban puertas rusas para comprarles zapatos a sus hijos.

Un camión del MINCIN con símbolo soviético
Un camión del MINCIN con símbolo soviético (Foto del autor)

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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Ernesto Pérez Chang 4v3757

(El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).

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